Publicado en Editorial, hace 6 años
La Semana Santa dominicana aparta a muchas personas de sus rutinas para ir al descanso o a la diversión con viajes por carreteras que pueden tornarse en riesgosos por imprudencias al conducir o incurrir en excesos de consumo en playas y ríos. En la ocasión organismos especializados despliegan vigilancia y asistencias para prevenir o mitigar desgracias. El balance final de este esfuerzo depende mucho de la actitud que asuman vacacionistas si se apartan o no de la moderación. Basta una única acción temeraria para causar víctimas en las vías públicas sumiendo en luto a familias. Es deber de las autoridades detener a tiempo las temeridades y extenderse en exhortación por todos los medios posibles para promover el civismo como comportamiento colectivo. Aplicando tolerancia cero a la mezcla de alcohol con la conducción de vehículos.
Para muchos dominicanos, la Semana Mayor conserva su religiosidad. Los templos y otros lugares de cultos reciben muchos feligreses. La fe permanece como fuerza de la sociedad. Los reencuentros espirituales con atención a la oratoria cristiana se extienden por el país. El interés por el Santo Entierro y el tradicional Sermón de las Siete Palabras permanecen. Desde el púlpito, los mensajes de ese día llegan como severas denuncias y críticas sociales en repudio a la deshumanización de estos tiempos, iluminando a la sociedad como en ninguna otra fecha del año.