Publicado en Todo Incluido, hace 3 horas
En el ámbito político, el término “lealtad” se utiliza con frecuencia para exhortar a los miembros de las organizaciones políticas a mantenerse firmes, especialmente en momentos de adversidad.
Como he mencionado en otros artículos, cuando un partido se encuentra en el poder, rara vez es necesario exigir lealtad; las personas tienden a ser extraordinariamente fieles, movidas por la atracción que el poder ejerce.
«El poder genera una adhesión tan fuerte que, en ocasiones, sorprende; parece casi mágico, un encanto que roza lo divino». En tiempos de abundancia, la fidelidad surge espontáneamente: los seguidores defienden con fervor a sus líderes. Sin embargo, en momentos de escasez, esta lealtad suele desvanecerse y muchos comienzan a abandonar el barco.
Aunque reconozco que la lealtad es crucial, considero que no lo es todo. Hay otro elemento, menos mencionado en los círculos políticos, que resulta aún más determinante: la disciplina.
Este factor, frecuentemente subestimado, puede definir el éxito o el fracaso de un proyecto político, o de cualquier empresa en la vida.
Reflexionemos por un momento: ¿qué sucede cuando una militancia política carece de disciplina? Una organización así difícilmente puede llegar a consensos; sus integrantes priorizan agendas personales y, a menudo, exponen conflictos internos ante la opinión pública.
¿Puede triunfar un partido en tales condiciones? La respuesta es clara: el pueblo percibirá que no están capacitados para liderar con eficacia los destinos de una nación.
Un ejemplo histórico que ilustra esta idea es Napoleón Bonaparte, una figura ampliamente analizada por intelectuales. Napoleón fue profundamente leal a su visión de un imperio francés fuerte y hegemónico en Europa. No obstante, la indisciplina de su ejército, que no respetó las normas básicas de logística y planificación, lo llevó a la derrota.
La incapacidad de asegurar suministros y el error de avanzar sin considerar las condiciones climáticas provocaron deserciones masivas y una catástrofe militar.
A menudo recuerdo una frase que mi querido y admirado padre suele repetirme: «A veces, la disciplina pesa más que la inteligencia».
En mi experiencia, esto es una verdad evidente. Hemos visto personas triunfar no por ser las más inteligentes, sino por su constancia, responsabilidad y respeto a las normas. Esto también se observa en el mundo del deporte: jugadores talentosos fracasan por irresponsabilidad, mientras que otros, menos dotados, alcanzan el éxito gracias a su disciplina y dedicación.
En conclusión, es sustancial comprender que la lealtad, aunque importante, no basta por sí sola. La disciplina es el complemento esencial. Cuando ambos elementos se conjugan, las posibilidades de éxito se multiplican exponencialmente.
Este es un llamado a no conformarse únicamente con exigir lealtad, sino también a cultivar la disciplina como pilar fundamental del liderazgo y del desarrollo personal.