Publicado en Todo Incluido, hace 19 horas
Los planes sociales en todos los países donde han existido y existen, se fundamentan en una visión asistencialista que más o menos se utiliza con fines políticos cuando el ambiente lo permite y, sobre todo, cuando al mando se encuentran dirigentes que tienen esa inclinación deleznable.
Esos planes no son nuevos ni pertenecen solo a las naciones que registran una alta población bajo la llamada línea de pobreza o en situación de extrema vulnerabilidad.
Asistir a esas poblaciones refleja el carácter humanitario de los dirigentes, razón por la cual las críticas se pueden justificar cuando se tiene una opción distinta que ofrecerle al pueblo.
Uno de los países con más programas destinados a socorrer a los más necesitados es Estados Unidos, donde podemos identificar los más masivos y de mayor impacto en beneficio de las personas carenciadas.
Las asistencias a los estadounidenses son iniciativas de las administraciones federal, estatal y local, y proveen apoyo financiero, alimentario, de vivienda, salud y educación a personas que enfrentan dificultades económicas.
Para alimentos existen los conocidos «cupones» (ahora EBT), con ayuda mensual mediante una tarjeta electrónica, y el WIC, que suministra alimentos nutritivos y educación nutricional a embarazadas, lactantes y niños.
Opera uno para escolares que incluye desayunos y almuerzos gratuitos o a bajo costo en escuelas públicas para niños de familias de ingresos precarios, y otro programa de gran incidencia es el conocido como Sección, por vía del cual se ayuda a las familias de bajos ingresos, personas con discapacidades y ancianos a pagar el alquiler en viviendas del mercado privado, mientras que también existe otro para subsidiar viviendas públicas.
Pero sin duda la asistencia mayor incidencia es el Medicaid, mediante el cual el Gobierno proporciona cobertura médica a personas de bajos ingresos, sus familias y para ancianos y discapacitados. Citamos apenas algunos programas de los más conocidos, pero hay al menos otros diez de significativo alcance.
Es decir, que si existen tantos programas en una sociedad altamente desarrollada, donde las personas tienen mayores oportunidades, ¿Por qué criticarlos en un país como la República Dominicana, donde las carencias sobran?
Ahora mismo resulta simpático montarse en la narrativa contraria a la distribución de los llamados bonos navideños, a los cuales, según el Gobierno, accederían unos tres millones de personas en condiciones de precariedad, con el propósito de que dispongan de alguna ayuda para sus necesidades en esta temporada.
Las mayores críticas se fundamentan en que el organismo encargado de la asignación de las ayudas no se cuidó en limpiar su base de datos, razón por la cual aparecieron personas que no debieron figurar.
Estoy convencido de que esa imprevisión en la limpieza de la base de datos no invalida el esfuerzo para que esa ayuda llegue a los destinatarios correctos, como tampoco fueron invalidadas en el pasado por el hecho de que las personas se vieran sometidas al vejamen de los atropelladores tumultos para recibir una caja o una funda con alimentos.
Lo correcto sería practicar el proverbio chino que manda enseñar a pescar a las personas antes que regalarles un pescado. Sin embargo, pudiera suceder, como al caballo del arriero, que murió cuando ya estaba aprendiendo a no comer.