Publicado en Todo Incluido, hace 2 semanas
En pleno 2025, la República Dominicana enfrenta una encrucijada económica que amenaza con paralizar al Estado. El gobierno de Luis Abinader lucha contra una deuda descomunal, subsidios que devoran el presupuesto y una presión fiscal que se niega a crecer, en un escenario donde cada carga se convierte en una bomba de tiempo para las finanzas públicas.
El Estado dominicano enfrenta en 2025 una presión fiscal que se vuelve cada vez más insostenible. Aunque la economía proyecta crecer este año a un ritmo superior al 4.0 %, las finanzas públicas siguen comprometidas por una estructura de gasto rígida, subsidios onerosos y una recaudación débil.
El servicio de la deuda pública consolidada, que ya supera los US$70,000 millones (más del 60 % del PIB), representa alrededor del 25 % del presupuesto nacional. Solo este año se destinarán más de RD$310 mil millones al pago de intereses y amortizaciones. Esta carga limita severamente la inversión en salud, educación y obras públicas.
Los subsidios eléctricos son otra bomba activa: en 2024 consumieron RD$65 mil millones, y para 2025 se proyecta una cifra similar. A esto se suman los subsidios al GLP (RD$17 mil millones) y los programas sociales como Supérate y bonos especiales, que superan los RD$50 mil millones.
La nómina pública, con múltiples instituciones duplicadas y empleados sin funciones reales, cuesta más de RD$280 mil millones anuales. El gasto en salud supera los RD$130 mil millones, pero sigue siendo insuficiente frente a la creciente demanda, agravada por la migración irregular.
La crisis en Haití ha generado un nuevo frente de gasto: más de RD$3,500 millones se han invertido en la verja fronteriza, sin contar el refuerzo militar, operativo y logístico que se mantiene activo.
Todo esto ocurre con una presión tributaria de apenas 14.7 % del PIB, una de las más bajas de América Latina. La prometida reforma fiscal sigue sin llegar, por temor al costo político.
El modelo actual no se sostiene. No hay reforma fiscal, no se racionaliza el gasto y se sigue hipotecando el futuro con deuda y clientelismo. La bomba económica está activada. Y lo más peligroso es que nadie quiere desactivarla.