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El predominio de los antivalores

Publicado en Todo Incluido, hace 1 año

Roberto Marcallé Abreu

MANAGUA, Nicaragua. Un ejemplo (podríamos decir, también, “uno de los peores ejemplos”) del estado moral y espiritual del pueblo dominicano es lo ocurrido con dos miembros del Ejército que, supuestamente (es su historia) fueron asaltados y despojados de sus armas de reglamento (fusiles de alto poder) por delincuentes.

La historia era tan burda que se caía por su propio peso. Los investigadores determinaron que ambos uniformados ¡habían vendido dichas armas! por una suma apreciable. Es una noticia para asombrarse y escandalizarse porque, junto a muchas historias de esta naturaleza, evidencian el estado moral en que se encuentra la sociedad dominicana en su conjunto.

Y, sobre ese aspecto, es preciso retomar el camino, analizarnos a fondo, y asumir cambios drásticos en nuestra conducta y, por consiguiente, en la conducta de la sociedad en su conjunto.
Hace tiempo que se observa un proceso de degradación de toda la humanidad en muchas partes.

No somos los únicos, por supuesto. El mundo, los seres humanos, parecen por momentos haber enloquecido. Entre nosotros esa situación comenzó décadas atrás y alcanzó sus niveles más alarmantes en el gobierno anterior. Amarga y entristece decirlo, pero la tradicional manera de ser del dominicano ha venido sufriendo feroces embestidas que obligarán a quienes creen en un futuro radicalmente diferente a replantear posturas, programas y sanciones.

En numerosos segmentos de la población se ha ido perdiendo la percepción de las buenas costumbres, del trabajo serio y responsable, del estudio y la creatividad como vías idóneas para desarrollarse y crecer, del riguroso cumplimiento del deber.

Los malos ejemplos están a la orden del día. Muchos jóvenes, que en otros tiempos fueron modelo de heroísmo, de lucha por un cambio radical y positivo de la sociedad, se han degradado hasta extremos definitivamente inconcebibles.

La permisividad, la extrema tolerancia, el «dejar hacer y dejar pasar» han provocado estragos en nuestro comportamiento. Por eso es preciso replantearse aspectos esenciales en los programas de nuestras escuelas y academias, en las familias, elaborar campañas orientadas a promover transformaciones positivas en nuestro proceder, modificar y crear leyes encaminadas al logro de un perfil del dominicano definitivamente mejor al que ahora resulta lamentablemente predominante.

Es preciso endurecer las leyes. Las cabezas de familia están en el deber de reasumir sus deberes, así como la disposición de transformar un estado de cosas tan deplorable. Similares cambios deben producirse en las escuelas, en las universidades, en la conducta pública y privada.

La sociedad dominicana requiere de cambios radicales para transformar este tan deplorable estado de cosas. Se ha perdido el respeto, la moralidad anda de capa caída, la juventud se desarrolla sin ideales ni metas encomiables y con una percepción desvirtuada por obtener dinero, posiciones y placeres sin que importe el precio a pagar.

Es preciso enfrentar, a todos los niveles, estos patrones en los que la degradación y sus oscuros hábitos, su cotidianidad, representan el norte predominante. Programas de esta naturaleza deben ser responsabilidad en primer término de las autoridades, extenderse a padres y maestros y asumirse en todos los estratos del comportamiento público y privado.

La sociedad dominicana requiere de transformaciones profundas en los que la honestidad, la responsabilidad, el trabajo, la decencia, el respeto, el amor a la Patria, ocupen un sitial de primera magnitud.

Cada día que transcurre nos escandalizamos ante manifestaciones como las de esos uniformados. Pero el prontuario es realmente estremecedor. Inmoralidad, degradación, tráfico de sustancias prohibidas, asesinato de mujeres, pandillerismo, violaciones, abortos, absoluta irresponsabilidad en el trabajo y en la familia y en la conducta ciudadana.

Es preciso auspiciar un diagnóstico profundo del estado material y espiritual de la sociedad dominicana y los factores que han provocado los evidentes niveles de degradación, obscenidad, irrespeto y desvalorización de las metas y aspiraciones que, históricamente, han transformado positivamente a sociedades que hoy son ejemplo para la humanidad.

Mi impresión es que nos desplazamos, a muchos niveles, en sentido contrario a lo que debería ser. Es preciso, de forma perentoria, retomar el camino si queremos que la Patria resulte airosa ante las numerosas amenazas que se ciernen sobre nuestro presente y nuestro futuro.

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