Publicado en Editorial, hace 11 meses
La Constitución de la República Dominicana, como carta magna de nuestra nación, representa un pacto social fundamental. En ella se encuentran plasmados los principios, valores y derechos que rigen la convivencia ciudadana y organizan el Estado.
Sin embargo, en los últimos tiempos hemos sido testigos de una creciente tendencia a interpretar y aplicar la Constitución de manera flexible, muchas veces al margen de su espíritu original y de los procedimientos establecidos.
El término “manoseada” resulta cada vez más apropiado para describir la situación actual. La Constitución no es un documento estático, sino que debe adaptarse a las nuevas realidades y desafíos de la sociedad. No obstante, esta adaptación debe realizarse a través de los mecanismos constitucionales establecidos, garantizando siempre el respeto a los derechos fundamentales y a la separación de poderes.
La frecuente modificación o interpretación extensiva de la Constitución genera una sensación de inestabilidad institucional y socava la confianza de los ciudadanos en sus instituciones. Cuando las reglas del juego cambian constantemente, se dificulta la predictibilidad y la certidumbre jurídica, elementos esenciales para el desarrollo de cualquier sociedad.
Es imperativo que los actores políticos, sociales y judiciales actúen con responsabilidad y sensatez, poniendo siempre por encima de intereses particulares el bien común y el respeto a la Constitución. La estabilidad jurídica es un bien preciado que debemos proteger y transmitir a las futuras generaciones.
Un Estado de derecho sólido se construye sobre la base de una Constitución respetada y aplicada de manera consistente. La Constitución no es un adorno, sino el fundamento de nuestra democracia. Solo a través de su fiel cumplimiento podremos garantizar un futuro próspero y justo para todos los dominicanos.