
Publicado en Todo Incluido, hace 37 minutos
Luisiana Lora Perello
El fin de semana la Fuerza del Pueblo movió masas en el Distrito Nacional con la llamada “Marcha del Pueblo”. Y aunque sus dirigentes la vendieron como una protesta social por el alto costo de la vida, la inseguridad y la crisis en los servicios públicos, el país entero sabe que esta demostración no fue solo un recorrido: fue un mensaje político, directo y sin maquillaje, que el PRM difícilmente puede ignorar.
Ahora bien, como en todo en esta media isla polarizada, las interpretaciones van por carriles distintos.
Hay quienes aseguran que fue puro proselitismo adelantado: un mitin con disfraz social, una jugada en el límite del terreno electoral que la Junta Central Electoral debería revisar con lupa. ¿Se violó o no la Ley Electoral? Esa es la pregunta que flota, incómoda, entre analistas, juristas y opinadores que no se atreven a decirlo muy alto, pero lo murmuran en cada programa de radio.
Otros, en cambio, insisten en que no se trató de política partidaria sino de un desahogo nacional; que la gente salió porque está cansada del alto costo de la vida, de la volatilidad del dólar, del deterioro de los servicios, y de una presión económica que ya no se puede maquillar con discursos de cambio.
Lo cierto es que Leonel Fernández no perdió tiempo: acusó al gobierno de quebrar el sector agropecuario, paralizar obras, inflar subsidios y manejar mal la economía. Y remató la marcha como si se tratara de un plebiscito anticipado, proclamando que “el pueblo habló” y que en el 2028 volverá al Palacio. Un discurso que entusiasma a muchos, sí, pero que también levanta cejas en otros sectores que entienden que el país necesita caras nuevas y no un retorno al pasado.
Mientras tanto, el PLD aunque no marchó mantiene activados sus equipos y redes internas, lo que algunos interpretan como otra señal del reacomodo político que ya arrancó, nos guste o no.
Queda la gran pregunta:
¿Fue esta marcha un acto legítimo de protesta social o un evento claramente electoral que amerita sanción?
Y más allá de la legalidad, ¿qué revela del humor nacional? Porque entre banderas verdes, cornetas y pancartas, había un clamor que no se puede barrer debajo de la alfombra: la gente está harta. Punto.
Y cuando un país está harto, cualquier marcha sea verde, morada o aguacate se vuelve un termómetro político. El gobierno debería leerlo sin soberbia. La oposición debería manejarlo sin manipularlo. Y la Junta Central Electoral, sin miedo.
El 2028 está lejos, pero la calle ya empezó a hablar.