Publicado en Todo Incluido, hace 3 horas
Julio Martinez
En el turbulento panorama político de la República Dominicana, el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) se encuentra en una coyuntura crítica que evoca, aunque con matices distintivos, precedentes históricos tanto nacionales como internacionales.
Este análisis profundiza en la compleja dinámica que enfrenta el otrora partido dominante, contrastándola con episodios similares y evaluando sus perspectivas futuras.
La derrota electoral del PLD en 2020 marcó un punto de inflexión en la política dominicana, reminiscente de la caída de partidos tradicionales en Venezuela tras la ascensión de Hugo Chávez. Sin embargo, el caso dominicano presenta peculiaridades que lo diferencian de un simple colapso partidario.
Las elecciones de 2024 profundizaron esta crisis, reconfigurando el escenario político nacional y confirmando la tendencia de declive del otrora partido hegemónico.
El PLD enfrentó en 2024 un escenario aún más adverso. La fragmentación del voto opositor, distribuido entre el PLD, la Fuerza del Pueblo de Leonel Fernández, y el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) de Vargas Maldonado, no logró desafiar eficazmente la popularidad del presidente incumbente Luis Abinader.
Este resultado no sólo consolida el debilitamiento del PLD, sino que también refleja una transformación más profunda en la dinámica política dominicana. Un factor decisivo y sorpresivo en estas elecciones fue la irrupción del candidato apodado «El Cobrador» en el escenario político.
Esta figura, que emergió como un outsider con un discurso anti-establishment, logró captar un segmento significativo del electorado desencantado con la política tradicional. Su mensaje de «acabar con todo» resonó especialmente entre los votantes jóvenes y aquellos frustrados con la corrupción percibida en administraciones anteriores.
Lo más notable del fenómeno de «El Cobrador» no fue solo su desempeño electoral inesperado, sino la reacción que provocó en el establishment político post-elecciones. A pesar de haber sido ignorado en gran medida durante la campaña, su sorpresivo resultado desencadenó una avalancha de ataques y cuestionamientos legales después de las elecciones.
Esta embestida coordinada contra «El Cobrador», que involucra acusaciones de actos reñidos con la ley, sugiere un pacto tácito entre las fuerzas políticas tradicionales para neutralizar a este nuevo actor que amenaza el statu quo.
El timing de estos ataques es particularmente revelador. El hecho de que se intensificaran después de las elecciones, y no durante la campaña, indica que su ascenso tomó por sorpresa a la clase política establecida. Esta reacción tardía pero intensa refleja el temor de los partidos tradicionales, incluido el PLD, ante la posibilidad de que «El Cobrador» capitalice el descontento popular en futuras contiendas electorales.
Para el PLD, este nuevo elemento en el panorama político presenta tanto desafíos como oportunidades. Por un lado, la emergencia de «El Cobrador» fragmenta aún más el voto opositor, complicando las perspectivas electorales del partido. Por otro lado, si el PLD logra posicionarse hábilmente, podría intentar captar parte del electorado desencantado que se inclinó por «El Cobrador», presentándose como una alternativa más experimentada y «segura».
Sin embargo, el PLD enfrenta sus propios desafíos internos. La persistencia de la figura del expresidente Danilo Medina como líder de facto del partido es una espada de doble filo. Mientras que su presencia proporciona un punto de cohesión para ciertos sectores del partido y del electorado, también lo vincula inexplicablemente con las acusaciones de corrupción que minaron su administración.
PRSC
El precedente del Partido Reformista Social Cristiano (PRSC) ofrece un paralelo interesante. Tras su derrota, el PRSC logró mantener cierta relevancia gracias al liderazgo del expresidente Joaquín Balaguer, demostrando la importancia de una figura emblemática en la supervivencia poselectoral de un partido.
El PLD, a diferencia del PRSC post-Balaguer o del PRD tras sus divisiones internas, cuenta con la presencia del expresidente Danilo Medina, lo cual podría ser determinante en su trayectoria futura.
La estrategia del PLD para los próximos años será crucial. Deberá navegar entre la necesidad de renovación interna y la tentación de capitalizar cualquier descontento con la administración actual. Al mismo tiempo, tendrá que contrarrestar la narrativa anticorrupción que ha erosionado significativamente su base de apoyo.
No obstante, sería prematuro declarar la extinción política del PLD. La historia dominicana ha demostrado la capacidad de resiliencia de partidos políticos aparentemente en declive. La memoria colectiva volátil del electorado y la tendencia a la comparación crítica entre administraciones pasadas y presentes podrían jugar a favor de una eventual recuperación del PLD.
En conclusión, mientras el PLD enfrenta desafíos sin precedentes, su destino final está lejos de estar sellado. La presencia de un expresidente como figura aglutinante, la fragmentación del espectro político y la naturaleza cíclica de la política dominicana sugieren que, aunque debilitado, el PLD podría mantener un papel significativo en el futuro político del país.
El desarrollo de los procesos judiciales, la evolución de la opinión pública y la capacidad del partido para reinventarse serán factores determinantes en su trayectoria futura. La supervivencia y eventual resurgimiento del PLD no están descartados, pero requerirán una transformación significativa que vaya más allá de simples cambios cosméticos o realineamientos tácticos.