Publicado en Todo Incluido, hace 11 horas
Jose Elias Hernandez Frias
“La pista se quedó muy sola, el corazón se me apagó…” cantaba Rubby Pérez, y pareciera que sin quererlo, estuviera describiendo con una precisión dolorosa lo que ocurrió en la tragedia de Jet Set. Una noche que debía ser de alegría y música terminó teñida de luto. Las luces se apagaron, pero no fue parte del espectáculo: fue una falla que costó vidas, sueños, familias enteras destrozadas.
“Mi alma anduvo por las calles y recordaba esta canción…”, dice uno de sus versos, y en efecto, el país entero repasa cada letra como un réquiem no sólo para un artista, sino para una nación que sigue fallando en lo más básico: proteger la vida.
En una sociedad donde “dejar eso así” se ha vuelto filosofía de Estado, la muerte de Rubby Pérez resuena como un lamento colectivo que exige rendición de cuentas. ¿Cuántas veces hemos escuchado promesas de fiscalización de infraestructuras? ¿Cuántos informes duermen el sueño eterno en los escritorios de instituciones que parecen más preocupadas por la política que por la gente? Mientras tanto, los techos colapsan, las columnas ceden, y los ciudadanos —nuestros hermanos, padres, amigos, ídolos— mueren.
El Jet Set, un lugar emblemático de la vida nocturna capitalina, fue escenario de esta tragedia. Pero el problema no es ese lugar en específico: es la desidia. La falta de mantenimiento, la ausencia de inspecciones rigurosas, la impunidad.
Como dijo Borges: «La muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene». Pero cuando esa muerte es el resultado de la negligencia, de la indiferencia institucionalizada, deja de ser destino y se convierte en crimen.
Lo dijo Confucio: «No son las malas hierbas las que ahogan la buena semilla, sino la negligencia del campesino». Y eso somos hoy: un país lleno de buenas semillas —de artistas, de deportistas, de empresarios y de soñadores— que mueren, no por destino, sino por omisión. Por falta de fiscalización de las infraestructuras, por la ausencia de mantenimiento, por la corrupción en los permisos, por la indiferencia institucional.
No solo cemento y varillas
¿Cuántos clubes, discotecas, estadios y colmadones más necesitan colapsar para que entendamos que la infraestructura no es solo cemento y varilla? Es seguridad. Es vida. Es prevención. Es rendición de cuentas.
La tragedia del Jet Set no distinguió clases sociales, y por eso pareciera que duele más. Porque si hasta los hijos de la élite, los del poder, los del apellido, caen en las mismas condiciones que los hijos de la vieja Mercedes, entonces ¿Quién está realmente a salvo en este país?
Detrás de cada nombre de los que ya no están, hay familias que no podrán volver a bailar, ni reír, ni escuchar una canción sin que el corazón se les apague un poco. A ellas les debemos más que palabras bonitas: les debemos un país que funcione, que prevenga, que cuide.
Necesitamos un sistema donde cada tragedia no solo provoque lágrimas, sino consecuencias. Donde la negligencia no se escape por los pasillos de la burocracia, sino que se enfrente a la justicia. Donde los responsables no solo pidan disculpas, sino que asuman sus actos.
No podemos dejar que este evento se convierta en otro titular olvidado. Debe ser el punto de quiebre. El momento en que se diga: “¡Basta!”. Que cada institución rinda cuentas. Que se revisen las licencias, las salidas de emergencia, los planos eléctricos. Que se respete la vida más allá de los nombres.
Hoy, más que nunca, necesitamos pasar del lamento a la acción. De la nostalgia a la vigilancia. Que la música no se apague en vano. Que la próxima canción no sea una elegía, sino un himno a la vida digna y segura para todos.