Publicado en Todo Incluido, hace 1 mes
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, sería el mayor responsable de una confrontación global de carácter nuclear entre Rusia y sus aliados y las potencias occidentales.
En un período de transición, donde hay cambio de mando en la Casa Blanca en menos de dos meses, no se explica que este señor esté autorizando a las autoridades ucranianas a lanzar misiles de largo alcance, de fabricación estadounidense, a territorio ruso.
La respuesta del presidente de Rusia, Vladimir Putin, no se hizo esperar. Celebró una conferencia de prensa en la que anunció el inicio de una confrontación global, momentos después de lanzar un misil hipersónico a Ucrania, el cual recorre tres kilómetros por segundo y tiene mediano alcance, aunque no se puede interceptar. (Se hizo a modo de ensayo; no contenía carga nuclear).
Todos sabemos que Estados Unidos tiene una historia de guerra, pero genera suspicacia que la orden de Biden se produzca en estos momentos, en un período de transición, tratándose de una guerra que inició en febrero de 2022, por lo que dentro de tres meses arribaría a tres años.
La prudencia aconseja que el presidente de Estados Unidos limite su accionar, sobre todo en temas tan delicados, para no interferir la política exterior que se propone implementar su sucesor, Donald Trump, quien viene anunciando una salida pacífica a ese conflicto.
Es criticable que una potencia, que debía exhibir equilibrio y serenidad, muestre tanta soberbia, pese a que mediante un balance generalizado de una eventual guerra mundial ningún país estaría a salvo, mucho menos Estados Unidos.
Se impone la sensatez y el levantamiento de voz de los países y ciudadanos del mundo que abogan por la paz.
Si nadie gana con la guerra, mucho menos con una guerra de magnitud nuclear, que pone en peligro la propia existencia de la humanidad ¿qué sentido tiene alimentarla?
No se trata de buscar culpables entre los principales actores de esta crisis. Lo aconsejable es procurar vías de avenencia y establecer acuerdos pacíficos y diplomáticos, dejando atrás prejuicios ideológicos, religiosos y egos propios de naciones desarrolladas.
Los países desarrollados lo que tienen es que focalizarse en el incremento de la producción económica, para así ofrecer servicios de mayor calidad a sus conciudadanos, en educación, salud y otras áreas básicas. Y aunar esfuerzos en torno al preocupante tema del cambio climático y el calentamiento global.
Otra tarea importante de los países poderosos sería contribuir a cerrar la enorme brecha social que impera en el mundo. Mientras hay países cuyos ciudadanos muestran elevados niveles de vida, presenciamos otros, sobre todo en el África, que se destacan por su pobreza extrema y su secuela de ausencia de educación y salud. Es cierto que en los foros de la Organización de las Naciones Unidas siempre se aborda ese gravísimo problema, pero las conclusiones finales que se redactan nunca se llevan a la práctica.
“El pretexto para todas las guerras: conseguir la paz”, dijo Jacinto Benavente. Pero ¿se puede alcanzar paz alguna mediante una conflagración mundial, que involucre el uso de bombas nucleares?
Con una eventual guerra de esa magnitud solo se logra destrucción total de todo lo que se ha construido durante siglos y cientos de millones de seres humanos perderían la vida. Joe Biden, si es que todavía está en capacidad de pensar de forma lógica, debía despedirse de otra manera y salir por la puerta grande.