
Publicado en Editorial, hace 1 hora
La comunidad de Los Negros, en la provincia de Azua, vive bajo una sombra generada por las barcazas de electricidad ancladas en sus costas. Lo que se presentó como una solución a la demanda energética del país se ha convertido, para los residentes, en una fuente constante de contaminación ambiental y un riesgo inminente para la vida marina y la salud pública.
Estas estructuras flotantes, esencialmente centrales termoeléctricas que operan con derivados del petróleo, emiten a diario una densa capa de contaminantes. El humo y las partículas en suspensión no solo deterioran la calidad del aire, sino que también ensucian el paisaje y las viviendas. Pero el daño más grave, y a menudo menos visible, ocurre bajo la superficie.
La operación constante de las barcazas conlleva el riesgo, y en ocasiones la realidad, de vertidos de hidrocarburos y aceites en las aguas costeras. Esta contaminación líquida y la térmica (el agua caliente de refrigeración) están matando a la subpoblación marina de la zona, afectando la biodiversidad y, consecuentemente, la fuente de sustento de los pescadores locales. Los ecosistemas costeros, como manglares y arrecifes cercanos, están siendo asfixiados lentamente.
La generación de energía es vital, pero no puede hacerse a costa de la salud de una comunidad y la destrucción irreversible del medio ambiente. La situación en Los Negros de Azua exige una intervención inmediata por parte de las autoridades ambientales y energéticas.
Es urgente que se realicen estudios de impacto ambiental transparentes, que se obligue a las empresas operadoras a utilizar tecnologías menos contaminantes o, en su defecto, que se reubiquen estas plantas a zonas que mitiguen el daño a las subpoblaciones y a los asentamientos humanos. La vida digna y el derecho a un ambiente sano de los ciudadanos de Los Negros no son negociables.