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Culturalmente nos estamos haitianizando

Publicado en Todo Incluido, hace 3 horas

La cultura de un pueblo no se define únicamente por su música, su gastronomía o sus tradiciones festivas, sino por el modo en que sus ciudadanos se relacionan, respetan las normas y asumen la convivencia social.
 En la República Dominicana, estamos viviendo una transformación preocupante que va más allá de la economía o la política: una degradación cultural visible en el comportamiento colectivo, especialmente en el irrespeto a las reglas básicas de orden, seguridad y convivencia.
Cuando afirmo que “culturalmente nos estamos haitianizando”, no lo hago desde un discurso de rechazo hacia nuestros vecinos, sino desde una alerta sobre cómo las prácticas de informalidad, desorden y anarquía social están reemplazando los valores dominicanos tradicionales de respeto, cortesía y cumplimiento de la ley. Nos estamos acostumbrando al caos como forma de vida.
En las calles ya no se respetan los semáforos, las aceras son ocupadas por motores y vendedores informales, y el ruido se ha convertido en el nuevo lenguaje urbano. Las normas de tránsito, las reglas de convivencia y hasta las instituciones que deben hacerlas cumplir parecen haberse rendido ante la cultura del desorden. Es como si el civismo hubiese pasado de moda.
El resultado es un país donde la inseguridad no solo se expresa en la delincuencia, sino en la falta de confianza en el otro. El ciudadano ya no siente protección ni respeto, y se defiende de su entorno con miedo, desconfianza y violencia. En ese contexto, la sociedad se animaliza, pierde los límites y sustituye el respeto por la ley del más fuerte.
Esa tendencia —de vivir al margen del orden— se está normalizando culturalmente. Lo que antes se veía como una excepción hoy es parte del paisaje: bocinas ensordecedoras, basura arrojada en cualquier lugar, insultos al volante, corrupción cotidiana y una indiferencia social que mata en silencio.
El peligro
El peligro más grande no es que existan estos comportamientos, sino que los aceptemos como algo normal. Cuando la anarquía se vuelve costumbre, el tejido moral se deshilacha, y con él desaparece la noción de nación organizada.
 Esa es la verdadera haitianización cultural: la adopción inconsciente de un modelo donde las normas dejan de importar y el Estado se diluye entre la informalidad y la impunidad.
Recuperar el respeto por las reglas y por el otro no es tarea exclusiva del gobierno, sino de todos. La educación, la familia y los líderes comunitarios deben volver a poner el orden, la decencia y el respeto en el centro de la vida nacional.
 Solo así podremos frenar este proceso silencioso que está transformando nuestra identidad dominicana en una mezcla caótica sin valores ni dirección.

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