Publicado en Todo Incluido, hace 10 horas
Detenido en Santo Domingo tras un altercado judicial que incluyó insultos a un juez —una acción que, en cualquier país con instituciones mínimamente serias, acarrea consecuencias inmediatas—, Martínez vuelve a ocupar titulares, pero no por algún supuesto acto heroico de “investigación independiente”, sino por su conducta impropia y los absurdos que ahora giran en torno a su arresto.
La situación ha escalado rápidamente del hecho puntual, su arresto por desacato, a un relato oscuro y sin pruebas en el que, según su abogado, las autoridades no permitían ver el cuerpo de su defendido, insinuando que algo grave podría haberle ocurrido.
No se trata simplemente del caso de un hombre con problemas legales. Se trata del patrón repetido por múltiples “youtubers patriotas” que han encontrado en el sensacionalismo una mina de oro digital. Fabrican “investigaciones”, denuncias explosivas, montajes narrativos de corrupción o traición a la patria, sin el más mínimo rigor, pero con un lenguaje inflamado, efectos dramáticos y la presentación de “pruebas” que apenas resisten una búsqueda rápida en Google.
El resultado es una audiencia fanatizada, incapaz de cuestionar lo que consume, que reproduce y defiende con fervor cada disparate sin importar lo descabellado que sea.
Lo más preocupante es que estas figuras ya no están en los márgenes. Tienen plataformas con miles, cuando no millones de seguidores, y han encontrado en la polarización política y el morbo mediático un caldo de cultivo ideal.
Ángel Martínez es solo un caso más, quizás el más ruidoso, pero no el único. Y el problema ya no es solo él, sino la normalización de una cultura donde la opinión sin fundamentos se equipara con el hecho verificado, donde la injuria se maquilla como valentía, y donde la conspiración es más creíble que la lógica.
Mientras tanto, los daños son reales. Se alimenta el desprecio por las instituciones, se desinforma a poblaciones vulnerables, y se crea una percepción deformada del país y de su gente. La justicia dominicana debe actuar con la seriedad que exige el caso, no por la figura mediática que lo protagoniza, sino porque hay leyes que cumplir y principios que proteger.
Sin embargo, más allá del sistema judicial, el desafío es cultural y educativo: urge formar ciudadanos que no se dejen arrastrar por la charlatanería digital, que aprendan a cuestionar, a verificar, a pensar.
Y es que si seguimos premiando el escándalo como si fuera verdad, y al embustero como si fuera mártir, estaremos condenando el futuro a una eterna caricatura de la realidad…