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Deuda, propaganda y abandono social

Publicado en Todo Incluido, hace 14 minutos

Me duele el alma cuando veo las noticias, cuando escucho las cifras, cuando camino por mis calles y contemplo la realidad de mi país, la República Dominicana, una realidad de contrastes dolorosos, de prioridades invertidas y de un futuro hipotecado, razones por las cuales me pregunto: ¿dónde queda el bienestar del pueblo en la ecuación del gasto público?

La deuda pública consolidada, que a noviembre de 2025 ronda los 73,000 millones de dólares, pende sobre nuestras cabezas como una espada de Damocles, es una carga que no pedimos, pero que todos, desde el campesino que siembra plátanos hasta el estudiante universitario que sueña con un mejor mañana, terminamos pagando y esta deuda no es abstracta; se traduce en menos recursos para nosotros, para nuestras necesidades más básicas.

En medio de este panorama fiscal sombrío, me indigna, me subleva, el derroche en publicidad gubernamental, donde miles de millones de pesos, más de RD$10,252.3 millones solo para 2025, se destinan a pintar sonrisas y logros en vallas publicitarias, en anuncios de televisión y en páginas de periódicos, hasta convertirlos en un gasto mensual promedio de RD$854.3 millones que se evapora en autopromoción y propaganda.

Mi pregunta al gobierno se conjuga en diversas vertientes: ¿Esos anuncios pagan las medicinas que faltan en los hospitales, construyen escuelas dignas, llevan agua potable a los barrios marginados o garantizan la seguridad que tanto anhelamos? La respuesta, por desgracia, es un rotundo no. Esos millones se gastan mientras la pobreza sigue lacerando a miles de familias; mientras el analfabetismo, aunque disminuido, aún persiste, y la deficiencia en los servicios de salud es una realidad que nos golpea diariamente.

La falta de agua potable, los apagones que aún persisten en la mayor parte de los barrios y provincias, la corrupción que se destapa en los periódicos cada cierto tiempo, la violencia y el narcotráfico; estos son los problemas reales, los que me quitan el sueño, los que nos sumergen en el caos que los anuncios gubernamentales se esfuerzan por ocultar, por tanto, señor presidente, Luis Abinader, ¿no sería más sensato, más humano, invertir esos recursos en soluciones tangibles, en lugar de sostenerlos para difundir mensajes efímeros?

Se ha señalado, y con razón, que el gobierno es el mejor inversionista en el aspecto publicitario, claro que lo es, porque utiliza fondos que no son suyos, sino de todos los dominicanos; y por ende, esta inversión no busca informar, busca moldear la percepción, construir una imagen de eficiencia y progreso que muchas veces dista de la realidad que vivimos los dominicanos.

Organizaciones de la sociedad civil como Participación Ciudadana han alzado su voz, pidiendo auditorías, exigiendo transparencia y regulación, en consecuencia, sus señalamientos sobre el gasto “fuera de control”, especialmente en años electorales, confirman mis peores sospechas, pero ¿por qué la publicidad gubernamental tiene que ser una poderosa herramienta política de propaganda proselitista, pagada con mi dinero, con el dinero del Estado?

“El mejor gobierno no es el que gasta más en promocionarse, sino el que gasta bien los recursos públicos para solucionar los problemas reales de la gente”, me repito una y mil veces. La falta de una regulación vinculante que limite este gasto en épocas de campaña es una debilidad institucional, aprovechada oportunamente y sin pudor por el actual gobierno, con el concurso represivo de una minoría compuesta por el sector empresarial que desfonda constantemente el presupuesto anual del país.

Inversión publicitaria

El beneficio de esta inversión publicitaria está más ligado a sectores de interés empresarial y medios de comunicación que al bienestar general, por esa razón, la dependencia de esos medios, con relación a esos fondos millonarios, genera un círculo vicioso que amenaza la independencia de la prensa y la pluralidad de voces, aspectos vitales para cualquier democracia saludable.

En mi mente, esos RD$10,252.3 millones de 2025, podrían haber significado una diferencia abismal en la vida de muchos, podrían haber financiado la construcción de decenas de centros de atención primaria, la dotación de insumos médicos esenciales, la mejora de la infraestructura escolar o programas efectivos de prevención de la violencia y del narcotráfico.

La justificación oficial, que habla de informar sobre programas y servicios, desdice mucho de la transparencia y me provoca un sabor indignante, debido a que cuando la necesidad apremia en las calles, cuando el dominicano de a pie lucha por llegar a fin de mes y por tener acceso a servicios dignos, la propaganda se siente como una bofetada, en una muestra de prioridades invertidas y en una desconexión entre la élite gobernante y las bases populares.

La historia nos ha demostrado una y otra vez que un pueblo desinformado o con sus necesidades básicas insatisfechas es más susceptible a la manipulación. No quiero pensar que ese es el objetivo, pero los hechos y las cifras me llevan a esa conclusión, visto que la transparencia no debería ser una opción, sino una obligación moral y legal; en esos elementos es que radica la carencia del político dominicano.

Como dominicano, residente en Estados Unidos, que siento y padezco los clamores de mi sociedad, sueño con un gobierno que invierta en cerebros y no en cemento (de vallas publicitarias), que invierta en salud y no en eslóganes, que invierta en seguridad y no en sonrisas de cartón. Sueño con un país donde la deuda no nos ahogue y donde cada peso del presupuesto se use para construir un futuro más justo y equitativo para todos.

El reclamo es claro y la indignación, justificada. Es hora de que el gobierno dominicano escuche el clamor popular, reordene sus prioridades y deje de gastar a manos llenas en publicidad, para empezar a invertir en la gente, en la verdadera fuerza y razón de ser de mi hermosa y adorada República Dominicana.

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