
Publicado en Editorial, hace 1 hora
La salud no es un privilegio, es un derecho humano fundamental. Sin embargo, en muchos lugares del mundo, la vida misma de las personas está en peligro no por una enfermedad incurable, sino por un mal mucho más insidioso: la corrupción en el sector salud.
Cuando los recursos destinados a la medicina, la compra de equipos, la infraestructura hospitalaria o los salarios del personal médico son desviados o sustraídos, el impacto no es solo financiero; es una sentencia de muerte para los más vulnerables.
Es casi imposible poner una cifra exacta al número de personas que mueren anualmente debido al robo de fondos sanitarios. No existe una estadística oficial que diga: “X” personas murieron por falta de un medicamento que fue robado. Sin embargo, el mecanismo fatal es claro:
El dinero destinado a vacunas, antibióticos o tratamientos para enfermedades crónicas desaparece. El paciente que necesita un fármaco vital en una sala de urgencias simplemente no lo recibe y muere.
Los fondos robados dejan hospitales sin el mantenimiento necesario, sin camas, sin energía o con equipos obsoletos (como respiradores o máquinas de diálisis). Las cirugías se posponen, las emergencias se manejan mal y la calidad de la atención cae en picado.
Al desviar los fondos de personal, los hospitales quedan con escasez de médicos y enfermeras. El personal restante está sobrecargado, comete errores y no puede atender a todos los pacientes a tiempo.
La corrupción en la medicina no mata de forma directa, sino que condena a la gente a una muerte evitable al negarles la única herramienta que podría salvarlos. El robo de un solo peso destinado a la salud se traduce en el riesgo de vida para un paciente.
Cada acto de corrupción en el sistema sanitario es un crimen contra la humanidad. No solo desmoraliza a los profesionales de la salud que arriesgan sus vidas, sino que rompe la confianza entre el ciudadano y el Estado.
La solución pasa por la transparencia radical y la rendición de cuentas estricta. Los recursos destinados a salvar vidas deben ser protegidos con la máxima vigilancia. El costo de la corrupción no se mide en millones, sino en el luto y el dolor de las familias que pierden a sus seres queridos por una simple, y criminal, omisión de deber.
Proteger los recursos médicos es, literalmente, proteger la vida.