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El tránsito dominicano sin rumbo

Publicado en Todo Incluido, hace 4 horas

El tránsito en la República Dominicana anda como una guagua en reversa: acelerada, sin frenos y con un chofer que parece no saber dónde está. Todos los días en carne propia: calles estrechas, aceras ocupadas por vehículos y un caos que ya se ha convertido en parte de la rutina nacional.

El problema no es nuevo ni cayó del cielo. Desde hace décadas, se sabía que la población iba a crecer y con ella la cantidad de carros, motores y guaguas. Sin embargo, a quienes les tocaba planificar nunca les importó o prefirieron mirar hacia otro lado. Hoy estamos pagando las consecuencias de esa falta de visión.

Basta con caminar por cualquier barrio o provincia para darse cuenta de lo mal diseñado que está el espacio público. Muchas calles parecen callejones improvisados, pensados para animales de carga y no para el tráfico moderno. Y lo más preocupante es que en los sectores “nuevos”, supuestamente diseñados por expertos, la cosa es de mal en peor.

En estos lugares apenas cabe un vehículo a la vez, y si dos carros se encuentran de frente, uno tiene que retroceder. No hay lógica ni orden en el trazado urbano, y mucho menos se piensa en la comodidad de los peatones, quienes terminan caminando por la calle porque las aceras se han convertido en parqueos.

La falta de planificación no solo genera incomodidad, también provoca inseguridad. Niños que deben ir a la escuela esquivando vehículos, adultos mayores que no encuentran dónde caminar y ciudadanos que pierden horas de su vida atrapados en tapones. Todo esto refleja un país que improvisa en lugar de construir futuro.

Cada cuatro años, los políticos repiten la misma cantaleta: promesas de modernización, planes de transporte y proyectos futuristas que jamás se concretan. Mientras tanto, el parque vehicular crece descontrolado y el Estado se limita a tapar huecos, tanto en las calles como en las políticas públicas.

Lo más grave es que la República Dominicana no carece de datos ni de estudios. La ciencia, la tecnología y las estadísticas estaban ahí para advertirnos lo que venía. El problema es que nunca se quisieron tomar en serio, a lo que se puede llamar visión de futuro. La ceguera estatal ha costado caro y ha convertido el tránsito en un verdadero dolor de cabeza global.

La gente, cansada, intenta resolver por su cuenta. Algunos usan motores para evitar los tapones, otros se arriesgan caminando por la vía pública. Pero la verdad es que ningún esfuerzo individual puede reemplazar la responsabilidad del Estado en organizar el transporte y garantizar espacios seguros para todos.

El tránsito es más que un problema de movilidad: afecta la economía, la salud y la calidad de vida. Un país donde los ciudadanos pierden horas productivas en tapones es un país que frena su propio desarrollo. Y un país donde caminar se convierte en un riesgo es un país que no piensa en su gente.

Mientras tanto, la guagua sigue en reversa, cada vez más rápido y sin dirección. El pueblo sigue esperando que alguien tome el volante con seriedad, visión y compromiso. Pero si no se trazan políticas claras y un plan futurista, lo único seguro es que el caos continuará.

La gran pregunta es hasta cuándo soportará la paciencia ciudadana este desorden. Porque si algo está claro, es que la gente no merece seguir pagando por la falta de visión de quienes debieron pensar en el mañana. El tránsito no puede seguir siendo un retroceso, cuando debería ser el camino hacia el progreso.

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