Publicado en Editorial, hace 2 horas
Es un lamento que se repite, un número que crece y una vergüenza social que nos interpela: ¿hasta cuándo estaremos contando a las mujeres víctimas de feminicidio? Cada estadística, cada nombre, cada vida arrebatada es un dolor lacerante que no debería ser una nota al pie en la crónica diaria, sino un grito de alarma ensordecedor que exija un cambio radical.
El feminicidio no es un crimen pasional ni un hecho aislado; es la manifestación más extrema de la violencia machista y de la histórica desigualdad de poder entre hombres y mujeres. Es un problema estructural que tiene sus raíces en la cultura de la impunidad, en la normalización de las microviolencias, y en la ineficacia, a menudo cómplice, de los sistemas de protección.
Necesitamos que los sistemas judiciales y policiales actúen con perspectiva de género y celeridad, garantizando que el agresor sea castigado y que la víctima sea creída y protegida. La impunidad es el caldo de cultivo de la violencia.
La solución está en la educación. Debemos desmantelar los estereotipos de género desde la infancia e impulsar una cultura de igualdad y respeto. Esto incluye la formación obligatoria en igualdad en todos los espacios: escuelas, trabajos y medios de comunicación.
No podemos ser espectadores pasivos. El feminicidio florece en el silencio y la indiferencia. Es urgente que la sociedad en su conjunto se convierta en una red de apoyo activa que denuncie, cuestione y acompañe a las mujeres en riesgo.
Contar a las víctimas es necesario para dimensionar la tragedia, pero la verdadera meta no es solo contarlas, sino detener la cuenta. No es suficiente con el minuto de silencio; requerimos años de trabajo decidido y una inversión seria en políticas públicas que pongan la vida de las mujeres en el centro.
La respuesta a la pregunta es clara: dejaremos de contar cuando la vida de una mujer valga tanto como la de cualquier persona, cuando la igualdad sea un hecho y no un eslogan, y cuando el Estado asuma su responsabilidad ineludible de garantizar una vida libre de violencia para todas. Hasta entonces, la lucha por las que ya no están y por las que vendrán debe ser una prioridad innegociable. Ni una menos.