
Publicado en Editorial, hace 3 horas
Vivimos inmersos en una vorágine de información que, si bien nos mantiene al tanto de todo, tiene un efecto secundario nocivo: la facilidad con la que un tema de interés tumba a otro en la agenda nacional. Esta dinámica no es una simple anécdota mediática; es un síntoma de una sociedad que parece haber adoptado la cultura del clic para sus discusiones más serias.
Ayer, la gran conversación era con otros temas de gran interés nacional. Las redes ardían, los debates se multiplicaban y la presión social parecía inminente. Hoy, sin embargo, la atención se ha volcado estrepitosamente hacia otros asuntos triviales.
El problema no es que existan nuevos temas, sino que el tema anterior, por más vital que fuera para el desarrollo del país o para la vida de miles de ciudadanos, no es procesado, resuelto o fiscalizado a cabalidad. Se queda en el limbo de la “noticia de la semana pasada”. Los responsables respiran aliviados al ver cómo la marea de la atención se retira, permitiéndoles postergar las soluciones o el rendición de cuentas.
Esta agenda de corto plazo es peligrosa. Nos impide construir una memoria colectiva robusta sobre los problemas estructurales. Nos distrae de la tarea más importante: exigir continuidad y resultados a las autoridades y a nosotros mismos como ciudadanía activa.
Es hora de romper con este ciclo de distracción. La ciudadanía, los medios y la clase política deben comprometerse a dar seguimiento y profundidad. Los temas no se “desaparecen” solo porque el trading haya cambiado. La verdadera madurez de un país se mide por su capacidad para mantener la vista fija en los objetivos a largo plazo, sin permitir que el último destello de interés sepulte la urgencia de lo pendiente.