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La larguísima crisis energética dominicana es una herida abierta, ¡que se resiste a sanar!
Han pasado más de cincuenta años escuchando promesas de solución, planes de rescate, comisiones técnicas, préstamos internacionales, y discursos encendidos, a pesar de eso, padecemos aún los mismos males: apagones, pérdidas técnicas, tarifas que no se corresponden con el servicio, y una dependencia crónica de subsidios estatales que desangran las finanzas públicas.
Y no podemos evitar preguntarnos ¿como, después de tanto tiempo y tantos intentos, no logramos resolver de raíz este problema? Mi sospecha, y la de muchos que hemos visto la historia reciente, es que la raíz del problema está en la naturaleza híbrida del sistema: ni totalmente privado, ni totalmente estatal, atrapado en un limbo donde la intervención del gobierno termina distorsionando lo que debería ser un mercado competitivo, mientras que la participación privada nunca alcanza la libertad plena para operar con reglas claras y sostenibles.
En los noventa se llevó a cabo la llamada capitalización, un proceso que prometía modernización y eficiencia.
Algo se progresó, pero bien pronto regresaron las viejas mañas: controles políticos, unos subsidios mal hechos y esa inhabilidad de permitir que el mercado fijara las reglas.
Lo malo es que nunca acabó de privatizarse del todo, pero tampoco se reformó con la seriedad necesaria para que el Estado fuera un ente técnico y transparente, y es que
el Estado dominicano, ha mostrado ser un mal administrador de las empresas públicas, como lo demuestra la historia eléctrica.
Cuando mezclamos decisiones técnicas con política, el final siempre es el mismo: más y más déficits, desconfianza del pueblo y un servicio que deja mucho que desear. Sin embargo, dejarlo todo a la suerte del sector privado sin una regulación fuerte, podría ser abusivo, es cierto. Este es el lío, la posible razón de que hayamos estado atrapados en este círculo vicioso por décadas.
En el siglo XXI, con una economía que urge energía confiable para crecer, la pregunta no debe esperar más: ¿seguiremos jugando con un sistema eléctrico semipúblico, semiprivado y medio funcional? ¿O deberíamos ser valientes, replantear el modelo, reconocer que el Estado necesita un papel menor, solo como regulador? ¿Quizás permitir que el sector privado lidere, se encargue de la inversión, la eficiencia, la innovación?
Lo que sí es clarísimo es que ningún país florece al máximo con un sistema eléctrico a medio gas. Si República Dominicana no se decide, no hace algo audaz sobre cómo organizar su sector eléctrico, seguiremos a oscuras, con los fastidiosos apagones que ya son una parte ineludible de lo nuestro. Tras más de cincuenta años de ineptitud, ya deberíamos reflexionar… por favor.