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La oposición como conciencia crítica del pueblo

Publicado en Todo Incluido, hace 3 horas

Rafael Pasian

En toda democracia madura, la oposición política no debe ser el eco agrio de la derrota, sino la conciencia crítica del pueblo. La verdadera oposición no destruye: edifica. No se conforma con señalar errores del gobierno, sino que propone caminos, exige transparencia y defiende los intereses de las mayorías, especialmente de los pobres, los obreros, los campesinos y los jóvenes que sueñan con un país más justo.

Sin embargo, en nuestra realidad dominicana, la oposición parece haber olvidado su misión histórica. Se ha dejado arrastrar por la pereza intelectual, por el oportunismo mediático y por el cálculo electoral a corto plazo.

Ha confundido el ejercicio de la crítica con la cháchara vacía del descrédito. Así no se construye una alternativa de poder; así se debilita la esperanza del pueblo.

El deber moral de pensar el país

La oposición tiene el deber moral de pensar el país con cabeza propia. No basta con gritar consignas ni con repetir las cifras del gobierno. Una oposición digna debe tener una visión de nación, una plataforma de ideas, una ética política que le permita mirar al poder no como botín, sino como servicio. Juan Bosch decía que “la política es una forma superior de la moral”, y esa enseñanza sigue siendo una brújula que muchos han extraviado.

Una oposición que no investiga, que no educa políticamente al pueblo, que no denuncia las desigualdades con datos y propuestas, no es oposición: es comparsa del poder. Cuando la oposición actúa con la misma lógica del clientelismo y la conveniencia, se convierte en espejo del gobierno que critica. El país necesita menos gritería y más pensamiento, menos oportunismo y más principios.

Oposición progresista: crítica, propuesta y vigilancia

La oposición progresista no se limita a oponerse; propone. No teme coincidir con el gobierno cuando una política es buena, ni calla cuando es injusta. Defiende los derechos sociales, exige rendición de cuentas, denuncia la corrupción venga de donde venga y trabaja con la sociedad civil para elevar la conciencia ciudadana.

Esa oposición debe entender que su papel no es buscar aplausos, sino formar criterio. Debe acompañar las luchas del pueblo por salarios dignos, educación de calidad, salud pública eficiente, electricidad justa y políticas que protejan el medio ambiente.

Su tarea no es esperar las elecciones, sino construir poder social desde abajo, en los barrios, en los campos, en las universidades y en los sindicatos.

El peligro de la oposición decorativa

Hoy, gran parte de la oposición se ha vuelto decorativa: aparece en los medios, pero no en las calles. Se queja de la corrupción, pero no rinde cuentas de la suya. Se disfraza de moral, pero carga con las mismas deudas éticas que critica. Esa oposición cómoda es funcional al poder porque legitima la mediocridad y perpetúa el desencanto ciudadano.

El pueblo no quiere una oposición que grite; quiere una que piense, que proponga, que actúe. Una oposición que entienda que el destino del país no se juega en un debate televisado, sino en la lucha diaria por la justicia social.

Por una nueva cultura política

La República Dominicana necesita una nueva cultura política donde gobierno y oposición se midan no por su capacidad de insultar, sino por su compromiso con el desarrollo humano, con la equidad y con la verdad. Si la oposición aspira a gobernar, debe empezar por gobernarse a sí misma: por tener disciplina, ética y visión.

Una oposición progresista, al estilo boschista, no busca destruir al adversario, sino liberar al pueblo de la ignorancia política. No hace ruido para conseguir puestos, sino para despertar conciencias. En ella debe primar la honestidad intelectual, la coherencia ideológica y la sensibilidad social.

Solo así la oposición será útil. Solo así honrará la sangre de los que soñaron una patria libre, justa y soberana.

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