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Lo que nadie vio de la marcha

Publicado en Todo Incluido, hace 14 minutos

La marcha–caravana de la Fuerza del Pueblo, encabezada por Leonel Fernández, ha sido presentada como una protesta social contra el alto costo de la vida, los apagones y la inseguridad. Pero detrás del ruido verde, las consignas y las fotos aéreas, se escondía un movimiento más profundo, casi desesperado, que pocos han querido admitir públicamente. Lo que ocurrió ese día no fue simplemente una demostración de fuerza: fue un grito estratégico, una maniobra política urgente ante un cambio silencioso pero evidente en la narrativa nacional.

Durante meses, el debate público sobre la gestión gubernamental estuvo dominado por una comparación constante entre los últimos gobiernos del PLD y el presente del PRM. Y sorprendentemente, quien estaba ganando ese terreno no era la Fuerza del Pueblo, sino el PLD mismo, ese partido al que muchos creían desahuciado tras la división del 2019.

En redes, programas de análisis y conversaciones cotidianas, comenzó a emerger una reinterpretación favorable de los años peledeístas: estabilidad, crecimiento, institucionalidad relativa, inversión pública y obras visibles. Esa narrativa, lejos de verse como revisionismo romántico, estaba calando.

El PLD, sin hacer alardes, estaba limpiando su imagen. Y en la misma operación, estaba deteriorando la percepción pública del PRM. Ese giro discursivo tomó por sorpresa a muchos, pero a nadie más que a la Fuerza del Pueblo. Porque cada vez que el debate era “PLD vs. PRM”, la FP quedaba fuera del centro, relegada a ser un actor secundario en una discusión que no había logrado apropiarse. La conversación no giraba en torno a Leonel como alternativa, sino en torno a si el país estaba mejor o peor desde la salida del PLD.

Esa realidad es la que explica el tono y la urgencia de la marcha. La FP necesitaba recuperar protagonismo, frenar el ascenso discursivo del PLD y reubicar a Leonel como el eje de la oposición. No podía permitir que la narrativa nacional continuara polarizándose entre “lo que dejó el PLD” y “lo que está haciendo el PRM”, porque ese esquema deja sin espacio una tercera voz. Por eso la marcha no fue solo protesta: fue mensaje. Fue advertencia. Fue reposicionamiento.

Preguntas

Además, la manifestación cumplió un segundo objetivo, menos visible pero igual de importante: cerrar filas internas. En los meses recientes, Omar Fernández se había convertido en una figura de creciente resonancia pública, incluso más mediática y fresca que el propio Leonel. Su ascenso natural dentro del imaginario político estaba generando roces internos, comentarios, tensiones sutiles y preguntas incómodas:

¿Es Omar el futuro inmediato?

¿Debe ser él el rostro de la renovación?

¿Está listo el partido para un relevo generacional?

La marcha, al ser dirigida indiscutiblemente por Leonel, sirvió para reafirmar jerarquías, recordarle al país —y al partido— quién es el líder, quién toma las decisiones y hacia dónde apunta la candidatura del 2028. Fue un movimiento para enfriar el entusiasmo que sectores externos e internos estaban depositando en Omar, y para lograr que las voces a favor de un relevo disminuyeran, al menos en el corto plazo.

En consecuencia, lo que nadie vio —o lo que muchos prefirieron no ver— es que la marcha fue menos una protesta social y más un acto de control narrativo. Un intento de la Fuerza del Pueblo de detener una tendencia peligrosa: la pérdida del centro del debate nacional a manos de un PLD renacido y la emergencia de fisuras internas alimentadas por el magnetismo juvenil de Omar Fernández.

La pregunta ahora es si ese movimiento logró su objetivo. Momentáneamente, sí: la FP volvió al foco mediático y Leonel recuperó visibilidad. Pero la batalla por la narrativa apenas comienza, y la marcha fue solo un recordatorio de algo esencial: en política, quien pierde el relato pierde el país.

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