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Sálvese quien pueda

Publicado en Todo Incluido, hace 24 minutos

En la República Dominicana ya no se habla de inflación: se habla de sobrevivencia. La comida sube, los productos básicos suben, todo sube… menos la voluntad de las autoridades para enfrentar el abuso.

Mientras el costo de la vida golpea como un martillo, Industria y Comercio y Pro Consumidor parecen vivir en un país paralelo, donde todo está “controlado” y “estable”. La realidad es otra.

Aquí, la libra de pollo cambia de precio más rápido que un semáforo; el arroz, el aceite, las habichuelas y el huevo se han convertido en protagonistas de una tragedia diaria que sufre el dominicano común.

Lo que antes alcanzaba para una semana hoy apenas resuelve dos días. Y frente a ese descalabro, lo que reina es un silencio cómplice.

¿Dónde están los controles?.

¿Dónde están las sanciones a los comerciantes que especulan sin pudor?.

¿Dónde están las explicaciones serias, no los discursos de siempre cargados de tecnocracia hueca?.

Pro Consumidor aparece de vez en cuando con operativos que no intimidan ni al colmado más pequeño. Industria y Comercio se limita a dar cifras que nadie entiende y que no resuelven nada.

Mientras tanto, la población se siente abandonada, tirada a la suerte, obligada a inventar milagros diarios para que el salario no se evapore antes de llegar a casa.

Lo más indignante es que esta crisis de precios no es nueva. La gente lleva meses-años- denunciándola. Pero cada reclamo cae en un vacío institucional, en un eco que nadie recoge, como si la comida fuese un lujo opcional y no un derecho básico.

El país vive una peligrosa normalización del abuso: cuando el pueblo se queja, se le manda a “esperar”, cuando exige, se le dice que “no es tan grave”. Pero sí es grave.

Es grave que una familia tenga que decidir entre comer o pagar la luz; es grave que un trabajador no pueda cubrir la canasta básica; es grave que las autoridades actúen como espectadores en un fuego que ya está quemando a todos.

Hoy, la población no solo está cansada: está al borde de la desesperación. Y cuando un país siente que nadie lo defiende, lo único que queda es el “sálvese quien pueda”. Y ese, señores, es el fracaso más grande de cualquier gobierno.

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