Publicado en Editorial, hace 4 horas
Sesenta años han transcurrido desde aquel abril de 1965, cuando la República Dominicana se alzó en armas en una gesta que marcó un punto de inflexión en nuestra historia. La Guerra de Abril, con su grito por el retorno a la constitucionalidad y la defensa de la soberanía, sembró semillas de esperanza en la construcción de una nación más justa y democrática. Hoy, al conmemorar este aniversario, la pregunta resuena con fuerza: ¿qué tanto hemos avanzado en la consolidación de aquella aspiración?
Es innegable que hemos experimentado transformaciones significativas. El fin de la dictadura trujillista abrió un horizonte de libertades civiles y políticas que antes eran impensables. La Constitución de 1966, aunque con sus posteriores reformas, sentó las bases para un sistema democrático representativo. Hemos fortalecido nuestras instituciones, celebrado elecciones periódicas y, en general, hemos transitado por períodos de mayor estabilidad política en comparación con las décadas previas.
Sin embargo, una mirada crítica y honesta nos obliga a reconocer que el camino hacia una democracia plena y robusta aún presenta desafíos considerables. Persisten problemas estructurales que socavan la calidad de nuestra vida democrática. La corrupción, enquistada en diversos niveles del Estado, erosiona la confianza ciudadana y desvía recursos que deberían destinarse al bienestar colectivo. La impunidad, lamentablemente frecuente, debilita el estado de derecho y alimenta la percepción de que la justicia no es igual para todos.
La desigualdad social y económica continúa siendo una asignatura pendiente. Amplios sectores de la población aún no disfrutan plenamente de los frutos del crecimiento económico, lo que genera frustración y descontento, caldo de cultivo para la desafección política. La calidad de la educación y los servicios de salud, pilares fundamentales de una sociedad equitativa, aún requieren mejoras sustanciales para garantizar oportunidades para todos.
Además, la polarización política, exacerbada en ocasiones por intereses particulares y discursos divisivos, dificulta la construcción de consensos y la implementación de políticas públicas efectivas. La credibilidad de los partidos políticos, actores esenciales en un sistema democrático, se ve mermada por prácticas clientelistas y la falta de transparencia en sus procesos internos.
A pesar de estos desafíos, no podemos obviar los avances logrados. La sociedad civil dominicana se ha fortalecido y se ha convertido en una voz activa en la defensa de los derechos y la exigencia de una mayor rendición de cuentas. Los medios de comunicación, aunque con sus propias limitaciones, desempeñan un papel crucial en la fiscalización del poder y la difusión de información.
En este 60 aniversario de la Guerra de Abril, honremos la memoria de aquellos que lucharon por una República Dominicana más libre y democrática redoblando nuestros esfuerzos para consolidar ese ideal. El avance hacia una democracia plena no es un destino final, sino un camino continuo que exige la participación y vigilante de todos los ciudadanos. Requiere fortalecer nuestras instituciones, combatir la corrupción en todas sus formas, promover la equidad social y fomentar una cultura política basada en el respeto, el diálogo y la búsqueda del bien común.
La gesta de abril nos recuerda que la democracia es una conquista que debemos defender y perfeccionar cada día. El legado de aquellos valientes nos impulsa a seguir trabajando por una República Dominicana donde la justicia, la igualdad y la participación ciudadana sean pilares inquebrantables de nuestra vida en común. El camino recorrido es significativo, pero el horizonte de una democracia plena aún nos exige seguir avanzando con determinación y esperanza.