Publicado en Todo Incluido, hace 10 horas
El presidente Luis Abinader, antes de bajar las escalinatas del Palacio Nacional, ha decidido abrir la pluma de los decretos como si fueran cartas de indulgencia política. En nombre de una supuesta “solidaridad del poder”, reparte cargos a peledeístas en decadencia fieles al expresidente Danilo Medina, a dirigentes de la Fuerza del Pueblo que juran lealtad a Leonel Fernández, a empresarios que ven en el Estado su mejor negocio y a individuos de una llamada Sociedad Civil que no responde a ninguna organización política, pero en la práctica obedece a intereses personales, particulares y extranjeros, y solo le sirven al que está arriba y firma las designaciones en el Palacio de la Presidencia.
La lista reciente de nombramientos lo confirma: miembros del PLD reciclados que ayer aplaudían a Danilo Medina hoy aparecen bendecidos en puestos claves; cabecillas de la Fuerza del Pueblo con un pie en la oposición y otro en el presupuesto nacional; apoderados cercanos a la autoridad que ya se frotan las manos con contratos y privilegios; y figuras de la Sociedad Civil que venden independencia, pero en realidad son voceros complacientes de sectores espurios.
¿De quién son esas designaciones? La respuesta es clara: de nadie. Ni del PRM, ni de la sociedad, ni siquiera de los valores éticos y democráticos que deberían regir el Estado. Son de oportunistas que saben acomodarse con el viento, que se pintan de blanco, verde o morado según convenga, y que entienden la potestad no como servicio, sino como negocio.
Este tipo de estrategia política y deslealtad partidaria no es nueva; Joaquín Balaguer la implementó, Leonel Fernández la practicó con maestría, Danilo Medina la perfeccionó con descaro, y hoy Luis Abinader, que prometió cambio, parece repetir la misma receta. Y el resultado es siempre el mismo: el Estado convertido en botín, la institucionalidad debilitada y el pueblo dominicano decepcionado.
Riesgo
El presidente Luis Abinader corre un grave riesgo: dejar que su gobierno sea recordado no por la transformación que prometió, sino por ser un espacio donde los adversarios de ayer encontraron refugio y los empresarios voraces ampliaron sus fortunas. Ese camino no es solidaridad, es claudicación. No es inclusión, es reparto desleal. No es grandeza, es simple sobrevivencia política cómplice.
La verdadera solidaridad estatal no consiste en dar poderío a quienes lo usaron y lo hicieron mal, ni en reciclar aprovechados que siempre terminan traicionando al que les abrió las puertas y lo dejó entrar al reparto del poder. El auténtico respaldo es con el pueblo que espera un cambio real: más transparencia, menos corrupción, más institucionalidad, menos clientelismo, y más combate a la corrupción y a la malversación de los recursos del Estado.
Si Abinader insiste en recorrer este camino, podría descubrir demasiado tarde que la historia dominicana es cruel con los que confunden gobernar con repartir. Porque al final, los arribistas, oportunistas y comerciantes del poder nunca son de nadie… Y siempre acaban abandonando al que les dio la mano solidaria.