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El dolor no tiene nacionalidad

Publicado en Todo Incluido, hace 6 horas

Luis Castillo 

Pocas veces una imagen duele tanto como la de una mujer embarazada, en pleno trabajo de parto, siendo desalojada de un hospital para ser subida por la fuerza a un autobús de Migración.

Ocurrió en Santo Domingo, frente al Hospital Materno Infantil San Lorenzo de Los Mina, y no es una escena de una película de terror o de un país sin ley. Es la República Dominicana, en pleno siglo XXI, en la Era de los derechos humanos y la dignidad supuestamente garantizada.

En el video que ha circulado ampliamente en medios y redes sociales, se observa a una ciudadana haitiana, en condiciones críticas, con dolores de parto evidentes, mientras su hermana explica entre lágrimas que ella estaba recibiendo atenciones médicas y tenía sus documentos al día.

A pesar de esto, fue sacada del centro asistencial y subida a un autobús amarillo de Migración, supuestamente para ser deportada. Su única “falta”: su nacionalidad y no tener a mano en ese momento los papeles requeridos por las autoridades.

Inicialmente, el director general de Migración, Luis Rafael Lee Ballester, intentó desmentir el hecho, alegando que el video era viejo y que ese autobús ya no estaba en funcionamiento. Más tarde, tuvo que retractarse al confirmarse la autenticidad de las imágenes. Esta actitud errática no solo demuestra desinformación, sino una profunda desconexión entre las autoridades y la realidad social que enfrentan los más vulnerables.

Abuso

No es la primera vez que Migración es señalada por procedimientos inhumanos, pero este caso trasciende los límites del abuso. Se trata de una mujer, una madre, una vida en formación que pudo haber corrido riesgo por una acción tan fría como arbitraria. Una mujer en labor de parto no representa una amenaza. Es una emergencia médica, no un asunto migratorio.

El deber del Estado dominicano es proteger la vida, la salud y la integridad física de todas las personas en su territorio, sin importar su origen. No se trata de ignorar las leyes migratorias ni de fomentar el desorden. Se trata de aplicar las normas con humanidad, con compasión, con sentido común. ¿Qué clase de sociedad estamos construyendo si somos capaces de tratar así a una mujer vulnerable, en uno de los momentos más delicados y dolorosos de su vida?

Las instituciones del Estado deben rendir cuentas. El Ministerio de Salud Pública, la Dirección General de Migración, y el Servicio Nacional de Salud deben explicar cómo es posible que una paciente en proceso de parto sea desalojada de un hospital sin que nadie intervenga para evitarlo. ¿Dónde estaba el director del centro? ¿Dónde estaban los médicos? ¿Dónde estaba el sentido humano de quienes presenciaron esa escena?

Y más allá de las explicaciones, lo que exigimos es acción. Este hecho no puede repetirse jamás. Es hora de establecer protocolos claros que impidan la detención de personas en estado crítico de salud. Es urgente que Migración deje de actuar como una fuerza sin control ni criterio humanitario. Es necesario que el gobierno dominicano revise profundamente las prácticas migratorias para garantizar que no se violen derechos humanos en nombre del “orden” o la “seguridad”.

Hoy fue una mujer haitiana. Mañana puede ser cualquier otra mujer, dominicana o extranjera, en condición de calle, sin identificación al momento. ¿La vamos a sacar también del hospital? ¿La vamos a subir a un autobús sin importar si su vida o la de su hijo está en peligro?

Este artículo es una llamada de atención, no solo a las autoridades, sino también a nosotros como sociedad. No podemos seguir normalizando el desprecio por la vida ajena. No podemos permitir que el poder del Estado se use para atropellar al débil. La nacionalidad no puede ser motivo para negarle a nadie el derecho a la atención médica, y mucho menos en un momento tan sagrado como el de dar a luz.

A los dominicanos de buen corazón, les pregunto: ¿realmente queremos ser parte de una nación que actúa así? ¿O vamos a alzar la voz para exigir un país más justo, más humano, más digno?

Porque al final del día, el dolor no tiene pasaporte. La vida no se mide por fronteras. Y la humanidad, si no es para todos, no es humanidad.

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