Publicado en Todo Incluido, hace 2 años
Si hacemos la suma mortífera de inexperiencia, zigzagueos, bandazos y continuos yerros presidenciales, y a esto le agregamos un gobierno sin rumbo, sin una sincronización gerencial, ni una brújula que indique hacia donde vamos, el resultado es y será el cóctel explosivo de negligencia e impericia que nos está llevando directo hacia el desastre que ya se ve en todos los órdenes.
De ahí la delincuencia agravada, la inflación galopante que acelera la pérdida del poder adquisitivo de nuestra moneda, la haitianización descontrolada, los tropezones y caídas gubernamentales y la situación calamitosa de las escuelas y hospitales, entre otros males que nos cortan la respiración.
Pero la responsabilidad por la mala administración se la atribuyen, principalmente, a los ministros y asesores cercanos al Presidente. Así la culpa del jefe de Estado aparece diluida, excusada y repartida entre sus funcionarios, proyectando la apariencia de que Abinader no tiene la culpa de nada y que actúa imbuido de supuestas intenciones buenas. ¡Qué forma de evaluar un gerente!
Y así se sigue perpetuando el festival de errores, improvisaciones y desaguisados de una presidencia que grita y habla más que lo que gobierna. Se trata de un gobierno que lo poco que realiza lo hace para aumentar su menguante popularidad y conseguir más votos, y no para mejorarle la vida al pueblo.
Ejemplo de esto último, es la propagandística repatriación de haitianos con el objetivo de montarse, de forma oportunista, en la ola de simpatía que genera el tema, adoptando un falso tono de firmeza inconsistente con el accionar de sus ministros y que, pronto será abandonado, tal como ocurrió con las parturientas haitianas que drenan nuestro presupuesto de salud.
Dentro de este carnaval de irreflexiones, los funcionarios siguen improvisando y tomando decisiones equivocadas cuyas consecuencias las sufren más los humildes y la clase media que se empobrece.
Una de las últimas improvisaciones que se suma a la larga lista de “pa’lante y pa’tras” de este infortunada gestión presidencial, lo constituye el horario restrictivo de venta de bebidas alcohólicas en grandes sectores de la capital como “método innovador” para acabar con la delincuencia, como si la fiebre estuviera en la sábana y no en el cuerpo.
Cargarle la culpa de la delincuencia y penalizar al sector de los restaurantes, bares y discotecas, donde miles de personas se ganan la vida y donde muchos tuvieron que cerrar y desaparecer por la pandemia de la que todavía no se recuperan, es la nueva barrabasada de los funcionarios incompetentes de este gobierno. Como si no se dieran cuenta de que la ola delictiva se realiza a plena luz del día, y que esto per se no constituye el origen del crimen.
Bien se sabe que los malhechores y su auge delictivo se deben al veloz crecimiento de la pauperización y la desigualdad. Al hecho de que todos los días se agregan a la estadística miles de pobres más, donde el accionar y visión del gobierno no llega porque está lejos y ausente de la solución de sus principales problemas de las grandes mayorías.
Pero esto no es lo último que veremos en un gobierno de ministros legos e inútiles que viven ensayando excusas para justificar su ineficacia.
Frente a todo esto hay que pensar en verde, porque ahora la esperanza es más verde que nunca.