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Hace 49 años, Pedernales vivió una de las peores tragedias de la historia de la nación.

Publicado en Locales, hace 9 años

El Huracán Inés descargó su furia a más de 250 kilómetros por hora.

Dicen que Balaguer fue testigo ocular de la tragedia y que lloró

Por Carlos Julio Féliz.-

Los que residían en Pedernales, y gran parte del litoral Sur, desde Barahona hasta esta provincia fronteriza, jamás podrán olvidar donde estaban y qué hacían en la mañana del 29 de Septiembre de 1966, hace hoy 49 años.

 

El ojo de Inés, el más devastador huracán de la historia ciclonológica, en la región sur, tocó tierra por la península de Barahona en esa inolvidable mañana de septiembre y transformó la zona de miseria en un campo de dolor y desolación.

El fenómeno, categoría cinco en la escala Simpson, penetró con toda su furia, entre Juancho y Oviedo, con vientos que superaban los 250 kilómetros por horas. Dejó cientos de muertos, miles de heridos, miles de viviendas destrozadas, daños incalculables al comercio, la ganadería, la agricultura, y tiró al suelo todo el bosque de los 2,074 kilómetros cuadrados de la provincia y otros pueblos de la región.

“Fue un batatero, acabó con todo. Las matas las sacó de raíces”, cuenta Benjamín Terrero, un sobreviviente de Oviedo, al referirse al fenómeno que destruyó todo a su paso por el sur, cuando el pico de la temporada ciclónica de ese año, 1966, tocaba a su fin, dos meses después de que Joaquín Balaguer jurara como presidente, con la sociedad aún dolida y dividida por los estragos de la guerra que había dejado más de tres mil muertos.

Todos los moradores de Oviedo, literalmente todos, se salvaron en la única edificación de concreto del pueblito, el local del Ayuntamiento, en la ribera oeste de la Laguna Trujín, nombre con el que también se le conocía a la localidad.

A la entrada del nuevo pueblo, reconstruido más hacia el occidente, se lee, en una tarja, los nombres de las víctimas del fenómeno, un recuerdo que la Asociación de Estudiantes quiere mantener por siempre.

Casi medio siglo después, Manuel Féliz, quien reside en Tres Charcos, a cuatro kilómetros de Oviedo, lo recuerda así. “Cuando se paró la brisa mi padre salió de la casa que estaba casi en el suelo, y dijo creo que solo quedamos nosotros”.

El ojo de Inés pasó exactamente por la Colonia. A la primera cola lo primero que le interesó fueron las casas de asbestos construidas durante la dictadura de Trujillo. Ninguna de estas viviendas, que sumaban cerca de cien, ni ninguna otra quedó parada porque la segunda cola del ciclón se encargó del resto.

Colonia fue el punto más crítico de la tragedia. 86 personas murieron, más de la mitad de la población para la época. Casi todas las víctimas fueron enterradas en improvisadas fosas comunes.

Así lo recuerda Rafael Oscar Morillo Silverio, uno de los pocos sobrevientes. Tenía 35 años, a sus 84 recuerda todo como el primer día. “No hicimos caso a la amenaza. Nunca habíamos vivido un ciclón y para colmo todo estaba a oscuras”, cuenta.

Recapitula que a eso de las cinco y media de la mañana todo empezó con ráfagas de vientos acompañadas de fuertes lluvias y en medio de una oscuridad total.“Nada se veía -cuenta-, solo escuchábamos las ráfagas. Todo era grito de las personas con brazos y piernas u cabezas rotas. Pedían ayuda. No sé a quién porque todos estábamos en iguales condiciones.”, narra.

Don Rafael era una de los gravemente heridos. “Todos nos abrazábamos, la familia entera y rezábamos. Yo recibí una pela con pedazos de asbestos (el material con que estaban hechas las vivienda)”, cuenta el anciano.

Los pedazos de asbestos se le clavaron enla espalda, la cintura, el abdomen, las piernas. “Por todas partes”, sintetiza.

El sobreviviente de Inés fue trasladado al hospital Darío Contreras de la capital, con su cuerpo manchado de lodo y el olor a sangre, llevando consigo el triste recuerdo de muchos de sus familiares, vecinos y amigos que estaban a medio morir, como él.

Después que un piloto comunicó a la Presidencia que entre Ojeda (Paraiso), y Pedernales no había quedado nada, la gente de la zona no podía creer lo que veía. “En medio de la tristeza se apareció por tierra el Presidente Joaquín Balaguer”, recuerda don Rafael. “Un caso quenunca vamos a olvidar aquí –dice- fue el de un niño, recién nacido,que estaba pegado del seno de su madre muerta”.

Y agrega: “me contaron que cuando le dijeron eso al Presidente Balaguer lloró. Procuró donde estaba el muchachito y se lo llevó a la capital”.

Claudio Fernández (Quique) era el director de la Defensa Civil en Pedernales y recuerda que el vehículo que transportaba al jefe de estado, un Jeep Willys, quedó trancado en medio de un charco cubierto de arbustos.Un avión que desde los cielos escoltaba al mandatarioaterrizó en la pista de Cabo Rojo.

Algunos recuerdan en Pedernales que vieron al mandatario y que entró a algunas viviendas a preguntar cómo habían vivido el momento de aquella mañana gris.

El pueblo estaba destruido parcialmente. No quedó una vivienda de madera que no fuera destruida o dañada. Un barco recorrió desde el puerto de Cabo Rojo, a más de diez kilómetros, y quedó como muelle al llegar, precisamente, al mismo lugar.

Vehículos de la minera Alcoa Exploration Company fueron arrastrados hasta el mar. El oleaje se llevó colchones, madera, zinc y otros materiales que fueron a parar a la playa de Pedernales y una gran parte a las costas de Haití.

La furia de Inés se llevó a su paso la planta eléctrica, una granja avícola y la fortaleza (que estaba hecha de piedra). Ninguna casa quedó intacta.

Heráclito Peña, profesor de la escuela básica Hernando Gorjón, fue parte de una brigada que salió de inmediato a labor del altruismo. Cortaba alambres del tendido eléctrico que había quedado totalmente en el suelo.

La tragedia no fue mayor en Pedernales porque la mayoría de las viviendas eran de cemento. Fueron construidas para la creación de la provincia, hacía apenas ocho años.

Cuentan que para el retorno a la capital, Balaguer tomó el avión en Cabo Rojo. Dicen que el piloto le comentóel problema de la oscuridad para el aterrizaje en San Isidro. El mandatario –explica un ex oficialque pidió reservas le ordenó el despegue. “Levante y comunique a San Isidro que si no hay luz que iluminen la pista con los faroles de los vehículos, sino hay con qué”, habría dicho el jefe del Estado al oficial que piloteaba la nave.

Cuando la nave surcaba el cielo gris, el mandatario era testigo directo de una tragedia natural sin precedentes en esta región, dejando atrás un pueblo devastado, lleno de miseria y dolor. Por esto habría prometidoque concentraría los mayores esfuerzos del gobierno a la reconstrucción.

Mientras, Inés seguía su furia devastadora por Puerto Príncipe y el centro de Cuba hasta salir por el atlántico. Giró violentamente hacia el oeste suroeste. Siguió ruta por el golfo de México y se enfrentó a tierra continental.

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