Publicado en Todo Incluido, hace 3 años
Como mis ancestros son “rayanos” los unos, y “cocolos” los otros, al igual que una gran parte de la población dominicana, supuse que la mayoría de nosotros sabía lo que es un “baile de gagá”.
Evidentemente que es una equivocación, pero voy a aprovechar la oportunidad para compartir con los lectores algunos detalles que he podido precisar a cerca de esta singular muestra del folklore criollo.
Lo primero es el origen de la celebración, que desemboca invariablemente en una gran fiesta que comienza formalmente a la media noche del Jueves Santo y “trata de terminar” a la medianoche del Domingo de Resurrección. Pero se sabe que las fiestas no se acaban jamás a la medianoche, sino que continúan “hasta la amanezca” y que abrazan -por lo pegajoso de su ritmo- a todo ser humano que viva cerca del batey.
Es una promesa, una celebración de linaje afro-cristiano; no en balde tiene lugar (principalmente, pero no exclusivamente) durante la Semana Santa. Su inicio se legitima con un rito de confirmación de promesas y pedidos al “santo”, conocido como “el levantamiento de la silla o trono” y se termina al retornar, después de tres días de desenfreno, al lugar donde se montó el “tabernáculo” y noten ustedes que esta gran fiesta de la Iglesia Católica (la Semana Santa), coincide con las fiestas de pascua musulmanas y judías; y por supuesto, también con las de linaje africano.
En Medio Oriente
Esto último sucede porque en realidad, en Medio Oriente -donde nació el Cristianismo- también nacieron las otras dos religiones monoteístas del mundo, o sea, la fe Islámica o Musulmana, la más joven de las tres y la fe Judaica, tan antigua como las legendarias creencias africanas; aun y cuando estas últimas no sean monoteístas.
Hay que hacer notar aquí que, en el convulsionado mundo de Medio Oriente, caracterizado en ocasiones por los sangrientos enfrentamientos entre cristianos, judíos y musulmanes, casi nunca se ha afectado el negocio común de las tres iglesias, que es el turismo religioso.
Usted paga por un tour en Jerusalén que le permitirá visitar los lugares sagrados de las tres religiones, no importa si usted es creyente o ateo. Si usted paga, podrá sentarse justo donde descansó el profeta Mahoma en su viaje desde La Meca, podrá recorrer la misma ruta de Jesús con la cruz a cuesta y hasta ir a dar cabezadas en el Muro de las Lamentaciones de los judíos.
Esto nos da una idea de lo “tolerante” que pueden ser los intolerantes fanáticos religiosos, cuando de dinero se trata.
En América
Quise hacer este recorrido, para poder llegar con el menor prejuicio religioso posible a la América colonizada, donde “los garrotazos fueron argumentos, tan poderosos que los indios vivos, se convirtieron en cristianos muertos”; tal y como rezan los versos que nos regalara don Pablo Neruda en su genial Versainograma a Santo Domingo.
Sin prejuicios, pero con pudor. Porque a seguidas se le ocurriera al tristemente célebre Padre Las Casas, sus conocidas declaraciones “humanistas” en favor de los indios, se convirtieron en sentencia de muerte para los negros traídos desde la Madre Patria, África. Claro que ya los barcos cargados con mis “tatarabuelos” estaban en altamar y con el Padre Las Casas o sin él, la suerte estaba echada para bantúes, mandingas o congós, creyentes de la muy antigua religión yoruba africana y traídos como esclavos al Nuevo Mundo.
El asunto es que por diferentes motivos -algunos de carácter anatómicos- otros de habilidad de sobrevivencia de los negros, o quizás por otras razones desconocidas por mí, logramos “sobrevivir”, claro perdiendo parte de nuestra identidad, especialmente la fe religiosa original con que nos criaron y los idiomas con que aprendimos a comunicarnos. No pasó lo mismo, sin embargo, con la música y la cocina, que si pudimos mantener.
Con la colonización de las tierras americanas y la esclavitud de negros e indígenas, los europeos imponen su cultura: idioma, religión, tradiciones, etc… Es entonces cuando se genera el sincretismo que finalmente devendrá en lo que hoy se conoce por Santería, o Brujería, como despectivamente le llama la iglesia cristiana tradicional. Esa mezcla solapada de las divinidades africanas con los supuestos “santos” católicos, es el ejercicio de sobrevivencia cultural más grandioso del género humano.
El negro esclavo estaba compelido a rendir culto a los “santos” católicos, so pena de grandes maltratos y hasta de muerte; es entonces cuando se las ingenia para fingir que adoraba al “santo” del amo, pero en realidad rendía culto a su antigua divinidad, la de sus ancestros.
De este simulado arreglo mental entre esclavos es que San Miguel, resulta ser en realidad Belié Belkan, Santa Bárbara es el “cover” de Changó, mientras que Santa Ana es Anaisa Pié y San Carlos Borromeo es Candelo Cedifé.
Y así los negros escogimos -porque mis antepasados no eran mulatos como yo- cada supuesto santo católico para esconder y venerar detrás de él nuestras divinidades. De hecho, entre practicantes de esta fe, se acostumbra sentirse hijo de un Ser o Santo.
Yo particularmente soy hijo de Belié Belkan por tanto “alumbro” a San Miguel Arcángel, aun y cuando, disto mucho de ser creyente y mucho menos practicante.
En ese escenario de dualidad cristiana obligatoria, se gesta la Nación dominicana y al compartir la isla con los haitianos, se genera una relación de amor y odio que se explica en nuestra guerra independentista por un lado y en el prejuicio racial por el otro, presente en los dos bandos.
Las clases gobernantes de ambos pueblos, han acicateado las diferencias entre dominicanos y haitianos, para de esa forma mantener el control económico y cultural de los dos países.
Claro que, en esta especie de embaucamiento colectivo, los haitianos han sufrido la peor parte, porque sus gobernantes han permitido y apoyado que las potencias extranjeras desvalijen el territorio nacional, mientras que ellos usufructúan lo que no se pudieron llevar los colonizadores modernos y antiguos.
Nosotros también hemos sido esquilmados por los imperios, con la complicidad de la oligarquía criolla; pero el nivel de miseria en que viven los vecinos haitianos, demuestra que el grado de perversa crueldad de su clase gobernante, es mucho mayor que el de la nuestra.
En los bateyes
Es así como sobreviven haitianos y dominicanos pobres, compartiendo miserias en los bateyes, e intercambiando idioma, costumbres, música, valores y hasta familia. Por eso, cuando se habla de Ga-Gá, no se puede considerar que sea una figura totalmente haitiana. Es una versión un tanto dominicanizada del Ra-Rá haitiano.
La fiesta la disfrutamos haitianos, dominicanos y rayanos, y fruto de que es parte de la cultura del batey, hemos establecido reglas para su celebración, y las acatamos todos.
Por ejemplo, el Ga-Gá lo organiza una cofradía o un Dueño o Rey individual, y su esencia básica es dual: carnavalesca y religiosa. Puede ser una promesa de adoración que se le hace al “Santo” por favores recibidos o simplemente solicitados. Tiene la misma estructura que el Ra-Rá haitiano y la Comparsa cubana. Cuando el Ga-Gá de un batey sale, va comandado por un Jefe espiritual, el Rey o dueño, una Reyna que baila permanentemente, razón por la cual ha de ser una jovencita y los Treintas, que son miembros comunes, “creyentes” y danzantes.
Como es en pago de favores o solicitudes, la Reina debe comprometerse a participar, de tres a siete años consecutivos (según la promesa) pero esto es muy difícil de cumplir ya que la movilidad de la familia moderna se lo puede impedir. Por eso, esta costumbre se ha ido abandonando, y las reinas no duran más de tres temporadas.
El Rey o Jefe del Ga-Gá, es por lo general una personalidad y no puede bailar mucho por la edad. Eso motiva que el acompañante de la Reina sea un hombre joven, generalmente un mozalbete. En este baile de camino, hay un derroche permanente de erotismo, música, alcohol, sudor y camaradería; donde se distingue el movimiento continuo de caderas y cinturas, una orgullosa herencia proveniente de la africanía.
En la avanzada del Ga-Gá, va un “brujo” o Jefe espiritual que -escoba en manos- va “limpiando” los caminos y “alejando” los malos espíritus (no olvidemos que es una fiesta mágico religiosa). Y ha de ser él quien se encuentre con el brujo del otro Ga-Gá que viene en dirección contraria.
Dos cosas pueden pasar en ese choque de ga-gás: los brujos conversan e intercambian oraciones, resguardos y maldiciones y finalmente terminan “amigándose” y fusionándose en un 99% de los casos, o se pelean porque a los dueños o reyes no les interesa unirse, porque tienen intereses encontrados en la comarca.
Por lo general, al unirse, tenemos un Ga-Gá más grande, con doble reina, doble brujo limpia caminos, doble músicos y doble bailarines; y desde luego doble alcohol, debido al intercambio de potes de ron.
Al fin y al cabo, todos son amigos, o cuando menos conocidos y la finalidad es bailar y gozar hasta el cansancio. Marcharán juntos con el rumbo que decidan los dueños y la fiesta terminará cuando se agote el alcohol del batey elegido. Si no se pudieron “amigar”, cada uno volverá sus pasos por donde venía o tomará uno de los caminos alternos. Nunca seguirá la misma ruta del Ga-Gá “enemigo”.
Pleitos
En raras ocasiones se termina en pleito entre los ga-gas, aunque hay que reconocer que se han generado grandes trifulcas, que terminan hasta con muertos de uno y otro bando.
Debo consignar aquí, que consulté a un “iluminado” de mucho prestigio en el batey Cojobal, gran conocedor de la medicina natural y amigo de mi difunta madre Chea Heredia, que respondía al nombre de Maleta Beltré y él me explicó que las motivaciones para que dos ga-gas no se unifiquen y terminen en pleito, son muy variadas: o los brujos “limpia camino” no se pudieron entender, o los santos son de divisiones diferentes (algo muy raro), o los dueños son enemigos -personales o por intereses- o algún bailarín “se pasó de movimientos” al bailar con la Reyna del otro Ga-Gá en el período de “amigamiento”, o simplemente, uno de los “santos” no quiere la unidad, y lo deja saber a través del brujo correspondiente. Aquí se siente el peso de la costumbre sobre la religiosidad, en esta muestra maestra de tradición llamada Ga-Gá.
En ese encuentro de ga-gás en un cruce de caminos, es que se genera el acontecimiento que me motivó a compartir con ustedes estas verdades (no tan exactas, reconozco, pues empecé a codificarlas por los años 50’s, siendo muy niño).
Me preocupa que se crea que se ofende la bandera nacional dominicana cuando se coloca en el suelo, porque eso no es verdad. En un cruce de caminos rurales, entre campos de caña, no hay un lugar más sagrado para colocar las banderas, que la Madre Tierra, tan venerada por el africano que traemos en el fondo de nuestras almas, tanto los dominicanos, como los haitianos.
En un Ga-Gá criollo puede haber varias banderas: la de la cofradía, la bandera del santo que “bendice” el Ga-Gá (que puede ser diferente) y la bandera nacional dominicana, que se usa en señal de simpatía y respeto por el país anfitrión (en este caso República Dominicana).
Nótese que nunca hay una bandera haitiana, porque se considera violatorio, como tampoco hay una bandera dominicana en un Ra-Rá haitiano. Es muy posible que la “Era de Trujillo” haya influido algo en este acuerdo tácito, aunque yo no puedo asegurarlo 100%.
Cuando los brujos “limpia caminos” han llegado a acuerdos, se llama a los jefes de las cofradías o a los dueños para que autoricen el encuentro-fusión amistoso entre ga-gás y decidan qué rumbo tomar; ya que hay que marchar juntos en lo adelante.
Hay evidencias, casi seguridad, de que la decisión la tomarán los dueños en función de cuánto ron se podrá conseguir en uno u otro batey. Las reinas, han de mantenerse a distancia de las conversaciones y protegidas por sus treintas (súbitos) en sus respectivos dominios, o sea, en sus comparsas, hasta que se inicie el período de “amigamiento”.
Durante el acto de “amigueo” de los ga-gas, es bueno que se sepa, que nunca se pisan las banderas, ni se pone ninguna de ellas sobre la bandera nacional. En el video que se ha estado exhibiendo, se ve cuando se colocan dos palos en cruz sobre la bandera nacional; pero yo no había visto eso antes. No creo que tenga ninguna significación pecaminosa para la dominicanidad, habidas cuentas de que la cruz es el símbolo de la redención cristiana.
Se puede notar en el video en cuestión, además, que los dos palos son dos instrumentos de danza, que no son muy usados en el Ga-Gá dominicano, ni en la Comparsa cubana, pero si en el Ra-Rá haitiano. También se evidencia en el video, que el joven (aparentemente haitiano, por la pronunciación) no tiene una idea de sus costumbres, ya que afirma repetidamente: “eso no ná”, “eso no ná” a la pregunta de por qué se ponían los palos en cruz sobre la bandera en el suelo; que, por cierto, estaba pavimentado, evidenciando que ya el Ga-Gá salió de los cañaverales, tal como han salido los inmigrantes haitianos de los bateyes.
No sé si habré podido mostrar con dignidad suficiente mi africanidad, mi dominicanidad y mi orgullo por ser rayano, pero les reitero, yo soy un resultado del ron y el clerén, del Merengue y del Ga-Gá, de África y España, mis “Patrias Madres” y de la cultura que me impusieron los colonizadores (de la que no reniego), pero no creo que la dominicanidad sea un asunto a “consensuar”, con el objetivo de quedar bien con todo el mundo. La herencia de nuestros antepasados no es discutible.
Lo que sí quiero afirmar y así lo hago, es: que la dominicanidad es una categoría histórica desde hace más de tres siglos, que recibió su “acta de nacimiento” el 27 de febrero de 1844, que sus padres son Juan Pablo Duarte y la sociedad patriótica La Trinitaria y que, por tanto, yo soy sólo un dominicano más, de nacimiento y origen, aunque de raíces africanas. Y que para ser dominicano, no tengo que ser “pro haitiano” o “anti haitiano”, dos inexplicables bandos en que se ha dividido la sociedad actual.