Publicado en Todo Incluido, hace 1 mes
«La adicción a las redes sociales es un trastorno del comportamiento que se caracteriza por la necesidad compulsiva e incontrolable de estar conectado a las mismas, lo que lleva a una pérdida del control y una interferencia significativa en la vida diaria de la persona. Esta adicción puede manifestarse en síntomas como la ansiedad, el estrés, la irritabilidad y la falta de concentración cuando la persona se aleja de las redes sociales, así como una disminución de la calidad del sueño, falta de productividad y problemas interpersonales». (Portal Universidad de Anáhuac)
El hecho ocurrió hace ya varios años en un restaurante de la ciudad de Santiago de los Caballeros. La pareja de esposos llega acompañada de un niño de unos cinco años de edad. Se sientan. La dama se encarga de solicitar la carta del menú y elegir lo que van a consumir. Mientras tanto él, el esposo, indiferente a todo, toma su teléfono celular y comienza a “sobar” o a navegar.
El niño le habla, pero él no lo escucha. La esposa le pregunta, pero él no le responde. Sumergido en su mundo, el hombre “soba” y “soba” la pantalla de su venerado aparato. Y entre sobadera y sobadera, una que otra vez le sonreía a la pantalla, quizás como una muestra de agradecimiento por permitirle tantos buenos, adictivos y recreativos momentos.
En lo que llega el manjar solicitado, alrededor de la mesa familiar, el silencio es casi absoluto. El mozo sirve los alimentos. El niño come con entusiasmo. Lo mismo hace la madre. El hombre, con la cuchara en su mano derecha y el celular en la izquierda, también come o aparenta hacerlo. El intercambio comunicativo, vale reiterarlo, brilla por su ausencia. Solo el niño le dice una que otra palabra a la madre.
Minutos después, el mozo regresa con la cuenta. El hombre le entrega una tarjeta de crédito y sigue “sobando”. Solo en el momento en que quiso enseñarle algo al niño en el celular, se le escuchó pronunciar la primera palabra. Aun cuando ya abandonaron el lugar, mientras caminaban, el hombre continuaba sobando, sobando, sobando…
Es preocupante semejante dependencia, consistente en el impulso irresistible que conduce a una persona a usar el teléfono celular. Se trata de la adicción o patología de los nuevos tiempos. Tan nociva como la adicción a la cocaína, a la marihuana o a cualquier otra sustancia sicoactiva. Una patología que cada vez pone en peligro las relaciones interpersonales que deben primar en todo conglomerado humano. Una enfermedad que hace que una persona preste más atención a su equipo telefónico que a los seres que la rodean.
Los mismos nocivos resultados para una efectiva comunicación y convivencia social que genera el uso compulsivo del celular, los está también produciendo la adicción a las redes sociales de Facebook, Twitter, Íntagram y WhatsApp. A cada una de esas prácticas adictivas, se me ha ocurrido identificarlas con los respectivos y subjetivos nombres de “telefomanía”, “feibumanía”, “twittermanía”, “intagrammanía” y wasapamanía. Semejante conducta conlleva el que dos o más personas estén físicamente juntas, pero virtual y mentalmente separadas.
En la práctica académica, por citar solo un resultado negativo, nada es más tormentoso para un profesor o quien dicta una conferencia, tener que soportar la desatención o descortesía de un estudiante, oyente o receptor afectado por la antisocial dependencia que implica el uso vicioso y compulsivo de un teléfono celular.
Y usted, amigo lector, ¿cómo se considera: un “telefomaníaco”, “feibumaníaco”, “twittermaníaco”, “integrammaníaco” o un “wasapamaníaco”?