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La política, ese lugar donde arden los afectos

Publicado en Todo Incluido, hace 1 día

Radhive Pérez

Hubo un tiempo en que las revoluciones se pensaban en cafés y se vivían en las calles. Luego llegaron los comités de expertos, los gráficos, las encuestas. Así, la política fue dejando de ser una pasión para volverse algo protocolar. Lamentable, porque cuando la política olvida sentir, la democracia comienza a desconectarse de pueblo.

Chantal Mouffe, nos ofrece en «El poder de los afectos en la política» un mapa para entender este presente donde confluyen una democracia fatigada, una ciudadanía desmovilizada, una élite temerosa y una derecha que sí ha sabido leer el ritmo emocional de su tiempo.

La tesis de Mouffe es simple y radical: los afectos no son un residuo de la política, sino su materia prima. No son irracionales ni un estorbo, son el terreno donde se forjan las identificaciones colectivas.

Cuando hablamos de afectos en política, no nos referimos solo a emociones individuales, sino a fuerzas emocionales que compartidas mueven a la acción, como el miedo, la esperanza, la indignación, el deseo de pertenecer o de proteger lo que amamos Las personas no se movilizan únicamente por argumentos lógicos, sino por lo que sienten que está en juego/

El neoliberalismo, en su versión más autoritaria y digital, comprendió esto con lucidez: colonizó el deseo, ofreció seguridad revestida de vigilancia y represión, pertenencia a cambio de exclusión y una libertad reducida a consumo. Mientras tanto, la democracia progresista se refugió en una visión excesivamente racional, creyendo que tener la razón bastaba para convencer. Pero nadie se suma a una causa solo por sus ideas; lo hace porque algo le toca el alma.

En tiempos de desencanto, no basta con un programa: hace falta una democracia que reconozca el conflicto como condición, no como falla. Un “nosotros” no fundado en la homogeneidad, sino en la articulación solidaria de luchas diversas: feminismos, ecologismos, antirracismo, dignidad laboral, disidencias sexuales. Un pueblo vibrante, no definido por su pureza, sino por su capacidad de vincularse.

Los afectos, recuerda Mouffe, no son propiedad de la extrema derecha. Son el espacio donde puede florecer una política del cuidado, de la justicia, de la igualdad. Pero para eso, hay que dejar atrás la nostalgia del pensamiento iluminista que habla desde la razón y olvida el cuerpo, el miedo, el deseo, el duelo, la rabia.

La revolución democrática y verde que propone es una urgencia histórica. Una democracia que no se limite al voto, sino que implique vivir, decidir y cuidar en común. Y ahí, entre la razón y la pasión, entre el deseo y la justicia, está el germen de una nueva forma de hacer política. Como bien intuía Spinoza, ningún afecto se vence sino por otro más fuerte. Y hoy, más que nunca, necesitamos afectos capaces de derrotar el miedo y sembrar esperanza.

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