Publicado en Todo Incluido, hace 2 semanas
Desde Pedro Santana, el primer presidente dominicano tras la creación formal y política de la nación, nadie, ningún gobernante ha sido tan generoso, tan institucional como el presidente Luis Abinader. Esa es la verdad, y debe ser dicha, sin rubor ni temor, más bien expresada a plena conciencia de que ella libera y fortalece el alma y el espíritu humano.
Esa gran generosidad y adhesión al fortalecimiento institucional del país, lo plasmó el presidente Abinader en la reforma constitucional materializada el pasado mes de octubre, no sólo con la prohibición de la reelección presidencial indefinida, sino también con la eliminación, de cuajo, de su propia posibilidad de volver a aspirar a presentarse en el futuro como candidato a la Presidencia de la República, algo nunca visto, pensado y hecho por ningún líder político de otros tiempos, ni de estos, que poco difieren en ambiciones personales y pretensiones mesiánicas en el manejo político y del Estado.
Nunca ha sido común que un gobernante se auto conculque sus derechos políticos, se elimine de por vida su posibilidad de volver a servir a su patria desde la Presidencia de la República, y hacerlo a los 57 años, constituye un gran acto patriótico y de notable nobleza interior. Ese acto, por sí solo, eleva su condición humana, lo aleja de los demonios del seguidismo, el continuismo, de la perpetuidad que han sido brazos mutiladores de esperanza y bienestar colectivo, y hachas, cercenadoras de libertad y oportunidades para muchos buenos dominicanos.
Con esta reforma constitucional, el presidente Abinader estableció su diferencia a los políticos tradicionales de antes y de ahora, que duermen y accionan visceralmente amarrados al egoísmo, a la hipocresía, la ambición sin límites y, a veces, a propósitos oscuros y malsanos. Él lo prometió y lo cumplió, como debe ser el comportamiento y la conducta de vida de un verdadero líder, de un buen gobernante, como Luis Abinader.
Desde 1844 hasta el 2020, quienes gobernaron el país modificaban la Constitución para su propio provecho, para pretender eternizarse en el poder, matando aspiraciones legítimas de otros dirigentes y líderes políticos con posibilidades de aportar acciones positivas para la mayoría nacional desde la Presidencia de la República.
Pero Abinader ahora se ha desmarcado de aquellos sepultureros de la buena y auténtica política, aquella que se ejerce sin resabios, sin pretensiones imperiales, sin propósitos desmedidos, sin expandir lazos malditos para amarrar a los demás.
También esta reforma constitucional de Abinader produjo otros aspectos muy positivos para el devenir político e institucional del país, cuyos frutos comenzarán a verse en lo inmediato. En ello primó la voluntad de un presidente sensato, que sabe que el ejercicio político debe ser provechoso para el colectivo, debe ejercerse sin egoísmos, sin patrañas obscenas, y que está consciente de que la vida misma no es para siempre.
Aplaudo a todo pulmón la reforma constitucional del presidente Luis Abinader, confiado de que este Congreso Nacional, muy bueno y positivo para el país, también sabrá acoger y sancionar positivamente las otras reformas pendientes. Todo el país se lo agradecerá.
Y abrigo la esperanza de que nunca aparezca en este escenario un desaprensivo, un carroñero o carnicero político que pretenda manosear de manera infame y obscena nuestra Carta Sustantiva para cambiar lo mejor que se ha hecho en toda la vida democrática de este noble pueblo.