Publicado en Todo Incluido, hace 19 horas
<<Cuando ni los tuyos te defienden, el silencio se convierte en ruido>>.
Esta frase resume la visión que tengo, como analista, sobre la comunicación del gobierno.
Con ello explicaré que, tanto en política como en teología, la apología no es propaganda ni adulación, sino una defensa racional y articulada de principios, acciones y liderazgos.
La apología es el ejercicio de argumentar en favor de una causa, con el propósito de otorgarle sentido, legitimidad y proyección.
En el ámbito religioso, consiste en defender la fe; y en el terreno gubernamental, en responder con fundamento ante la crítica, la acusación o el intento de desprestigiar las acciones públicas.
En el gobierno del presidente Luis Abinader sorprende la escasez de voces que asuman, con claridad, el rol de explicar y defender su gestión.
Aunque su administración avanza en áreas claves, lo hace en un silencio que debilita su relato. “Quien no cuenta su historia, permite que otros la re-escriban”, advierte Antoni Gutiérrez-Rubí.
Aunque muchos insisten en que ese silencio obedece a una estrategia deliberada del propio presidente, sigo considerando que en ello radica una de las principales debilidades de la gestión.
A diferencia de otros presidentes latinoamericanos, Abinader ha optado por un estilo sobrio, técnico y moderado. No polariza, no dramatiza ni impone un relato épico. Sin embargo, esta virtud se convierte en debilidad cuando no hay quien la explique.
El presidente no debería ser su único vocero. En palabras de Mario Riorda, “la comunicación política no puede descansar solo en la figura del líder; necesita estructura, relato, institucionalidad”. Pero aquí, ni la estructura comunica ni el relato emociona. Y en política, sin emoción no hay memoria.
Esta situación contrasta con líderes que han asumido el rol de apologistas personales: AMLO lo hizo mientras gobernó, Trump y Bukele. Ellos concentran el relato, marcan la agenda y se relacionan directamente con el pueblo. No delegan el mensaje; lo monopolizan. La diferencia con Abinader es dramática: mientras aquellos construyen identidad, aquí se diluye.
El resultado es una gestión que funciona, pero que no inspira. Una presidencia que gobierna, pero que no lidera simbólicamente. “El poder que no se comunica, se pierde”, sentencia Joseph Nye.
Que el presidente hable y se exponga no es un error en sí mismo; el error es hacerlo sin respaldo narrativo.
En comunicación estratégica, la sobreexposición sin contrapeso es sinónimo de vulnerabilidad. El líder que habla todos los días y siempre está solo, se desgasta. Se convierte en blanco fácil. Y lo que ayer fue cercanía, hoy puede parecer desesperación. “El líder sin coro se vuelve eco de sí mismo”, escribió Noelle-Neumann. Sin apologistas, el poder se vuelve frágil. Sin relato, se vuelve invisible.
En gobiernos anteriores, el discurso tenía voceros naturales y estructuras apologéticas visibles. Balaguer proyectaba su visión a través de medios alineados y un estilo doctrinario.
En esta semana han lanzado todos tipos de ataques al presidente y al gobierno por el caso haitiano, la justicia, el código, SeNaSa, etc..
¿ Y quien lo defendió?
Los expertos coinciden en que la centralización del mensaje puede ser útil, pero nunca suficiente. Bukele lo demuestra: controla el relato, pero ha construido una iconografía y un lenguaje político reconocible.
En cambio, con el presidente no se han generado símbolos ni mitos. No tiene eslogan, no tiene épica, no tiene emoción. “La política es también una pedagogía del alma colectiva”, dice el politólogo argentino Eduardo Fidanza.
Pero aquí nadie enseña. Nadie explica por qué este gobierno merece continuidad o defensa.
Este modelo, sin embargo, no es exclusivo de República Dominicana. En Brasil, Jair Bolsonaro utilizó las redes sociales para establecer un relato diario contra el “sistema”.
El problema no es solo de comunicación, sino de legado. Sin apologistas, no hay sucesores. Sin sucesores, no hay continuidad. Y sin continuidad, toda buena gestión queda en el aire.
Este ha sido un gobierno que ha mantenido la estabilidad macroeconómica, ha fortalecido los programas sociales con Supérate y programas de desarrollo barriales y provinciales, Inapa, la Caasd, carreteras, ha sostenido los subsidios a los combustibles y a la electricidad, ha conservado una calificación de riesgo favorable, según Moody’s.
Ha desarrollado una infinidad de pequeñas y medianas obras en toda la geografía nacional: el monorriel, el teleférico, la ampliación del tren, la reparación y construcción de miles de aulas, titulación, además de aumentos salariales reiterados a militares, policías, médicos, profesores, personal consular y la apertura de oficinas de servicios en el exterior.
Ha enfrentado desafíos con decencia, respetando la institucionalidad, bajo la delincuencia y realizado una de las defensas más firmes de la soberanía nacional en décadas.
También ha ejecutado la mayor inversión histórica en el sur profundo y fronterizo, una región olvidada por generaciones.
Sin embargo, aún con esos logros, el relato no ha acompañado a la gestión.
Faltaría resaltar claramente más realización como la transformación digital del Estado, y los programas de Indotel, la recuperación récord del turismo con más de 10 millones de visitantes, y el liderazgo internacional que ha asumido el país.
Como advirtió el sociólogo Manuel Castells: “la política no es solo lo que se hace, es lo que se dice que se hace”. Y aquí se dice poco.
La gallina, tras poner el huevo, no se calla: cacarea… cacarea. Porque no basta con hacer; también hay que comunicar con convicción, narrativa y constancia.
Además, la falta de defensores públicos permite que los adversarios impongan su narrativa. El PLD, con todos sus errores, ha logrado recuperar parte del discurso público por una razón clara: habla. Tiene voceros, portavoces, intelectuales orgánicos y un discurso militante. La Fuerza del Pueblo, ha logrado en múltiples ocasiones arrastrar el discurso político a su territorio, oscureciendo la obra de gobierno.
El PRM, por el contrario, ha sido incapaz de formar cuadros retóricos. Ha ganado elecciones, pero ha perdido la batalla de las ideas. Un partido que no forma apologistas está condenado a ser una coyuntura, no un proyecto histórico.
Este vacío se expresa también en el Congreso, donde la defensa al Ejecutivo es torpe o inexistente, sin violar la independencia de los poderes.
En los medios, ningún periodista o analista, se ha erigido como defensor ideológico del proyecto del Gobierno-Abinader, —como existían anteriormente—. Y “se gastan millones en publicidad supuestamente”. Y no por falta de argumentos, sino por ausencia de voluntad y método. “La narrativa política es una arquitectura del consenso”, recuerda el catalán Gutiérrez-Rubí. Sin arquitectos del relato, el edificio institucional se sostiene, pero no se habita.
El gobierno está presente, pero no es vivido como proyecto.
Y si bien Abinader ha querido mantenerse al margen de la polarización, su silencio ha sido interpretado como indiferencia.
En tiempos de crisis social, emocional y simbólica, la neutralidad no emociona. El pueblo no busca tecnócratas: busca sentido.
“La emoción es la puerta de entrada de la razón”, diría Martha Nussbaum. Sin esa puerta, la ciudadanía no entra a la casa de gobierno. Y si no entra, no habita ni defiende.
Al final, gobernar no es suficiente. Se necesita persuadir. Se necesita inspirar. Y se necesita gente que crea tanto en el proyecto, que esté dispuesta a defenderlo en las plazas, en los medios, en las calles, en los púlpitos y en las aulas.
Eso es la apologética política. Y eso es lo que este gobierno no ha construido.
No es un problema de imagen, es un problema de visión. Porque cuando el presidente habla solo, el poder se vuelve monólogo. Y la historia, como la política, se escribe entre voces, no entre silencios.
La gran paradoja del gobierno de Abinader es esta: ha hecho más de lo que dice, y que gobiernos pasados pero su silencio lo traiciona.
Ha actuado con integridad, pero ha renunciado a la narrativa. La menor preocupación hoy por hoy según las encuestas es la corrupción pública. ¿Y quién lo dice!
En la política contemporánea, eso es como escribir sin firmar. Gobernar sin defender. Y caminar sin dejar huella.
Los hechos importan, sí. Pero en democracia, los hechos solo pesan cuando alguien los narra con convicción, verdad y pasión.
Hoy, en el país, nadie lo está narrando, por èl. Es tiempo ya presidente.