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Más allá de la propaganda

Publicado en Todo Incluido, hace 2 años

A mitad del río no se cambia de montura, la prudencia aconseja no devolverse. Sin importar lo procelosas que sean las aguas, seguir hacia adelante es la única opción posible, pero para hacerlo, toca también acomodar la carga, pues sin cambios no hay Cambio. Luis Abinader llega al mediodía de su gobierno con muchas más altas que bajas, cierto, pero cargando a cuestas con el mismo fardo estructural y transversal que no ha podido manejar: la comunicación.

Rendir cuentas pasa por varios desafíos: escoger el motivo y el momento; pautar y secuenciar la línea argumental; decidir qué decir y qué no decir, pues el tiempo obliga a discriminar y el criterio para hacerlo debe ser claro y homogéneo; el escenario y la puesta en escena; el lenguaje corporal y los mensajes no escritos. Así que, de entrada, una rendición de cuentas es un acto cargado de simbolismos y metáforas, y nada debe quedar al azar.

El discurso del 16 de agosto, no requerido en términos legales, se corresponde al espíritu que subyace en todas las intervenciones del presidente, el de un hombre profundamente comprometido con la transparencia, la rendición de cuentas y la libertad de información. En la práctica, sin embargo, hay un fallo sistémico en la correa de transmisión de ese espíritu/mandato hacia los niveles inferiores de las ejecutorias públicas.

Dicho de otro modo: todo lo que el presidente cuenta no lo narra la comunicación del presidente. El gobierno no ha sido capaz de construir un relato convincente, y ello se debe no a la ausencia de hitos que contar, estadísticas, la tangibilidad de las cosas hechas o en proceso de construcción, o el impacto cualitativo de las medidas intangibles en el plano institucional -que son muchas-, sino a que la forma de contar es, en la mayoría de los casos, reactiva, tardía, vertical y desfasada, y obedece más a esquemas tradiciones de propaganda y sugestión, que al genuino deseo presidencial de comunicarle al pueblo el qué, cómo, cuándo y dónde de todas sus ejecutorias, contadas en tres tiempos: pasado, presente y futuro.

Las instituciones ejecutan y comunican de manera lineal y unidireccional, pero no existe una unidad narrativa convincente, una centralidad que vaya más allá del control, seguimiento y pauta, a la construcción de un único relato.  El tiempo apremia y dentro de nueve meses, como tarde, la campaña lo permeará todo, y entonces, de poco servirá el mucho hacer, si no se sabe narrar.

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