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RD: un país pobre gobernado como rico

Publicado en Todo Incluido, hace 15 horas

Introducción

En muchas economías en desarrollo, los gobiernos recurren al endeudamiento para sostener una clase media basada en consumo y crédito, no en crecimiento productivo. La República Dominicana no es la excepción.

En este artículo analizaremos someramente las implicaciones económicas y políticas de dicha práctica, subrayando cómo esta estrategia, aunque seductora a corto plazo, profundiza las debilidades estructurales del país con el paso del tiempo.

Crecimiento financiado con deuda

Durante las últimas décadas, República Dominicana ha mostrado cifras económicas aparentemente positivas. No obstante, gran parte del crecimiento proviene del endeudamiento interno y externo el cual se ha incrementado en los últimos años.

En 2024, la deuda consolidada del sector público no financiero superó los 50 mil millones de dólares, equivalente al 60 % del PIB nacional, según el Ministerio de Hacienda.

La clase media del “tarjetazo”

Muchos dominicanos mantienen niveles de consumo por encima de sus ingresos reales, pagando regularmente con tarjetas de crédito. Se establece un círculo vicioso donde el pago mínimo de una tarjeta se cubre con otra deuda adicional.

Este modelo, basado más en apariencias que en estabilidad económica, evidencia la fragilidad financiera que afecta a numerosas familias dominicanas.

Primero muertos que sencillos

Atrás quedaron las fondas populares como Blanquiní, Marisol o Constelación, accesibles para la mayoría. Ahora predominan restaurantes exclusivos, con menús caros, cortes exóticos y vinos importados, con buen maridaje, Tempranillo si es cordero, Malbec si churrasco o Cabernet Savignon o Pinot Noir si Filete Mignon, todo muy bien pronunciado, pues con esto de la inteligencia artificial con un clic, nos hacemos expertos gourmets de forma inmediata.

Hay que destacar que estos pedidos se hacen en voz alta para que los escuchen los comensales de las mesas circundantes.  ¡Echar vainas,  como dicen  por aquí! Este cambio refleja cómo el consumo ostentoso ha desplazado costumbres más sostenibles y ajustadas a la realidad financiera, alterando la identidad cultural y económica dominicana.

Dependencia crediticia

El crédito fácil impulsa una clase media altamente endeudada: más del 70 % de los hogares urbanos tienen alguna deuda, destinando hasta el 40 % de sus ingresos a préstamos.

Según encuestas del Banco Central, esta dependencia limita severamente el ahorro, reduce la inversión familiar y genera una constante inestabilidad financiera.

Riesgo de crisis sistémica

El consumo basado en crédito y no en producción expone al país a shocks externos. Incrementos en tasas de interés, caídas del turismo o las remesas, crisis globales pueden colapsar fácilmente este frágil equilibrio.

Durante la pandemia de COVID-19, el endeudamiento aumentó más de 10 puntos porcentuales del PIB en solo dos años.

Persistencia de la desigualdad

A pesar de la expansión de resorts, centros comerciales, ropas de marca y lujosas torres residenciales, la pobreza estructural persiste. Según la CEPAL, muchos dominicanos aún viven con menos de 5,5 dólares diarios.

El modelo actual beneficia a una clase media artificial sin garantizar una redistribución efectiva de la riqueza ni mejoras tangibles en la calidad de vida.

Empleos frágiles e informales

El 58 % de los trabajadores dominicanos opera en la informalidad, según datos de la OIT. Estos empleos carecen de contrato, seguridad social y estabilidad.

Aunque se fomenta un alto consumo, la falta de ingresos estables obliga a muchas familias a depender aún más del crédito, vulnerando ante crisis económicas repentinas.

Ausencia de ahorro y previsión

La falta de políticas que promuevan una reserva económica mantiene a las clases medias vulnerables frente a emergencias médicas, desempleo o inflación.

Sin cultura de ahorro ni incentivos fiscales claros, las familias viven en constante riesgo de caer en pobreza, sostenidas únicamente por un bienestar aparente alimentado por endeudamientos.

Consecuencias políticas y populismo

Gobernar con préstamos brinda resultados inmediatos y réditos electorales, pero sin reformas estructurales, genera inestabilidad política.

La frustración ante la precariedad provoca protestas, crisis de legitimidad y ascenso del populismo y pseudos líderes, perpetuando soluciones improvisadas que ignoran los problemas fundamentales del país.

Prioridades distorsionadas

En lugar de financiar sectores claves para el desarrollo sostenible y movilidad social, el sistema financiero dominicano, incluyendo al estatal Banco de Reservas, prioriza préstamos para vehículos de lujo.

En contraste, escasean iniciativas para fomentar la agroindustria, la educación o la innovación tecnológica, áreas esenciales para un crecimiento económico sólido y consecuentemente, el anhelado desarrollo

NO dejes para mañana lo que puedes hacer hoy

La cultura del inmediatismo fomenta decisiones impulsivas basadas en el consumo rápido y crédito fácil. Es común que ciudadanos adquieran vehículos caros mediante préstamos a largo plazo, reflejando una clase media definida por apariencias y no por estabilidad financiera.

Este estilo de vida, aunque atractivo inicialmente, lleva al endeudamiento insostenible y fragilidad económica. Pero, ¿Para qué esperar, si la apariencia puede comprarse en cuotas?

La carga se arregla en el camino

La idea de que “la carga se arregla en el camino” se convierte entonces en un credo nacional. Sin embargo, esa ruta frecuentemente conduce al sobre endeudamiento, la informalidad laboral y la fragilidad económica y finalmente la bancarrota, porque un vehículo, aparte de costoso mantenimiento, van depreciándose hasta que llega el momento que no admite más reparaciones y hay que sustituirlo por uno nuevo y comienza otra vez el ciclo.

Conclusión:

Riqueza aparente, pobreza estructural.

República Dominicana enfrenta el dilema de una aparente prosperidad sostenida por deuda e informalidad. La clase media actual es fruto de un espejismo financiero, no del trabajo formal ni del ahorro.

Es imperativo orientar políticas públicas hacia la generación real de riqueza, reducción de desigualdades e inversión efectiva en sectores productivos y MIPYMES.

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