Al liderazgo político, económico, social y religioso nacional (2-4)
La desinformación en tiempos de incertidumbre es un desafío complejo que requiere una respuesta coordinada y adaptativa. En un mundo interconectado, donde la información fluye a pasos de gigantes nunca antes vistos, en consecuencia, la capacidad para discernir la verdad es de gran importancia. La educación, la regulación y la tecnología deben operar de modo colaborativo para enfrentar este reto y garantizar la verdad en medio de incertidumbre.
Con la llegada de la era digital, su impacto y alcance se han multiplicado exponencialmente. Antes de la irrupción de la inteligencia artificial (IA), la desinformación en Internet dependía en gran medida de la acción humana: usuarios compartiendo contenido falso o engañoso, y la aparición de sitios web diseñados para difundir noticias falsas; plataformas de redes sociales facilitaron este proceso al permitir la rápida propagación de contenido, muchas veces sin un sistema eficaz de verificación de hechos.
Al unísono con el crecimiento de las plataformas de redes sociales lo hicieron los incentivos para producir y distribuir desinformación. Desde motivaciones económicas, como generar clics para monetizar anuncios, hasta razones políticas y sociales, la desinformación se convirtió en una herramienta poderosa para influir en la opinión pública, impactando de modo negativo en los niños y adolescentes, al carecer de nivel de análisis profundo.
Con el tiempo, los avances tecnológicos empezaron a cambiar este panorama; la automatización se convirtió en un factor clave para amplificar mensajes y algoritmos de recomendación que priorizaban el contenido más sensacionalista, muchas veces a expensas de la verdad.
Con el desarrollo de sistemas avanzados de IA generativa, como los modelos de lenguaje y de creación de imágenes, la desinformación dio un salto cualitativo. Herramientas como GPT, DALL-E permitieron la producción rápida y escalable de contenido falso altamente convincente. Por ejemplo, un modelo de lenguaje avanzado puede generar artículos completos que imitan el estilo de un medio de comunicación reputado, mientras que un generador de imágenes puede crear fotos o gráficos que parecen completamente reales.
Estas capacidades abrieron nuevas posibilidades para quienes buscan manipular la información. Antes, crear un vídeo falso o «deepfake» requería habilidades técnicas avanzadas y recursos significativos; ahora, las herramientas basadas en IA han facilitado este proceso, permitiendo que, incluso, usuarios con conocimientos limitados, puedan producir contenido engañoso de alta calidad. Los deepfakes se han convertido en una amenaza particular, ya que pueden ser utilizados para desacreditar a figuras públicas, difundir propaganda o manipular la narrativa de eventos importantes.
No obstante, la inteligencia artificial no solo facilitó la creación de desinformación, sino también su distribución. Los algoritmos de IA que gestionan las redes sociales priorizan el contenido que genera más interacciones, lo que a menudo significa que la desinformación, por su naturaleza sensacionalista, tiene más probabilidades de viralizarse. Es importante aclarar que no todo proceso digital es desinformación, sino que estas herramientas han permitido que las falsas informaciones se hagan más fáciles, rápidas y con mayor impacto.