Todos los sistemas sociales tienen un importante componente disciplinario con su larga lista de faltas y penas.
Aunque en su ethos fundacional el capitalismo postuló la libertad (de propiedad), siempre estableció mecanismos disciplinarios en todas las esferas. Y el comunismo, que prometió la liberación total, se quedó estancado en el autoritarismo.
La Biblia está llena de normativas y, dentro del cristianismo, el protestantismo calvinista elevó la disciplina a valor supremo (sin perdón). Ante el temor al castigo divino, la ética protestante dio origen al capitalismo, escribió Max Weber, producto del trabajo arduo y la frugalidad.
En su libro “Vigilar y castigar”, Michael Foucault analiza dispositivos diseñados desde la Edad Media para controlar los seres humanos. En aquella época predominó el suplicio corporal, mientras la modernidad buscó administrar institucionalmente ese suplicio.
El siglo XX fue el siglo de la conquista de derechos. Los obreros obtuvieron beneficios impensables en épocas anteriores, no solo en las sociedades comunistas que concibió Carlos Marx como liberadoras del proletariado, sino también, y, sobre todo, en las sociedades capitalistas desarrolladas.
Las mujeres lograron el derecho al voto, a la educación y al trabajo; y también derechos reproductivos para mayor control de sus cuerpos.
Los negros, previamente esclavizados, conquistaron derechos a pesar de la persistente discriminación. La población LGBT, sometida a los embates de la homofobia y la transfobia, siguió los pasos liberadores y también logró derechos.
Así, a fines del Siglo XX, parecía que los más oprimidos lograban cierta liberación, producto de sus luchas, de cambios culturales y de derechos consagrados en constituciones y leyes.
Sin embargo, el principio del siglo XXI se ha caracterizado por una cruzada mundial encabezada por las jerarquías de diversas religiones, los movimientos políticos ultraconservadores y los líderes políticos autocráticos (desde Trump hasta Putin y Xi Jinping) para dominar los cuerpos.
A las mujeres, quitándoles el derecho a decidir sobre la reproducción (sea con restricciones al aborto o de anticonceptivos); en China estableciéndose cuántos hijos se podía tener (la política del hijo único), y en Rusia penalizando a quien promoviera no tener hijos. La maternidad se ha convertido en tema de gran controversia política y objeto de control.
Los inmigrantes que fluyen por el mundo son deshumanizados y despreciados. Definidos como delincuentes, violadores o como una carga económica para justificar su expulsión; las proclamas de deportaciones abundan.
La ofensiva contra los programas de diversidad, igualdad e inclusión buscan retrotraernos al tiempo de predominio masculino blanco (revisen el gabinete de Trump, mayormente de hombres blancos, en una muestra sin tapujos del supremacismo blanco).
La promesa económica neoliberal de ofrecer amplio acceso a la movilidad social se fue desvaneciendo, sin que exista actualmente ningún modelo económico prometedor. Con la riqueza concentrada que produjo el neoliberalismo, y más concentración de riqueza por venir, las masas son agitadas en su rabia por las élites conservadoras.
De ahí la reafirmación de la sociedad punitiva (anti woke), donde unos pocos trituran los derechos de muchos y consiguen numerosos adeptos porque apelan al machismo, el racismo, la xenofobia, la homofobia y transfobia que permean las sociedades y generan fuertes antagonismos.