Las contradicciones dialécticas están claras en la tradición espiritual hebreo-cristiana; la eterna lucha entre el bien y el mal aparece tempranamente en diversas tradiciones mágico-religiosas, como el mazdeísmo (zoroastrismo), el yin y el yang (taoísmo), y algo menos notoriamente en el budismo. Los cristianos lo saben perfectamente.
Los tibios jamás irán al cielo, pues no hay “tibios” arrepentidos. Los malos, en cambio, al ejemplificar el mal azuzan a que los santos se santifiquen más (Apoc. 22:11).
Mientras un malo arrepentido sabe cómo se evita y se combate la maldad.
La dialéctica, pues, no es un invento de los griegos, ni de filósofos de siglos recientes, mucho menos de los marxistas, sino que está en el origen y el meollo del plan de Dios.
De hecho, muchos grandes santos y hombres de bien fueron, anteriormente, connotados pecadores. A diario conocemos sobre conversiones de jóvenes que pasaron desde el narcotráfico a agrupaciones de ayuda y protección a otros jóvenes.
Abundan las historias de prostitutas arrepentidas. El padre Emiliano Tardiff convirtió a Cristo gran parte de las prostitutas de Nagua; cada miércoles los prostíbulos eran cerrados para recibir la palabra de Dios (sábados y domingos eran sus días de trabajo).
En el Cibao sabemos de trabajadoras sexuales que luego fueron grandes siervas de Dios y excelentes esposas y madres.
San Pablo era perseguidor de los primeros cristianos. San Agustín y San Francisco eran hombres de vidas “divertidas” antes de pasar a servir a Cristo.
Es desde un extremo de la vida que muchos hombres de bien han regresado para servir a Dios y a la humanidad. Hombres que no intentaron hacer el bien para gloriarse ellos mismos, como Pablo Escobar, Quirino, “Kiko-la-quema”, de Los Cacaos de San Cristóbal; o como muchos políticos y hombres de negocio, hoy exonerados de cargos, disfrutando de libertad y hasta de honra luego de evasiones y malversaciones de dineros públicos, y hasta para hacer campañas de imagen y conquista de votos con dineros impuros.
Pero también existe el arrepentimiento, y en ese sentido, vivir entre perversos puede ser una oportunidad, un training de alto riesgo para conocer y luego arrepentirse a conciencia cierta. Satanás, la antítesis de Yahvé es el “trainner”, cuya especialidad es el engaño y la traición, comparable al entrenador de judo que, en tu primer día de clase, al darle la mano, te envió a la lona de un tirón.
De Satanás, como de los políticos y los funcionarios y de los explotadores, y toda clase de perversos, se aprende a diario y, en ese sentido, a menudo oprimen y eliminan a los tibios y pusilánimes, y fortalecen a los íntegros y sinceros de corazón, como ocurrió con Job. (Continuará, SDQ).