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Para acudir a un centro médico hay que encomendarse a Dios.

Publicado en Editorial, hace 2 años

Para acudir por servicios de salud a un centro médico, público o privado, hay que encomendarse primero a Dios.

Porque ningún paciente, en sentido general, tiene las garantías de que al acudir a una emergencia, por sus propios pies o llevado en camilla, recibirá a tiempo las atenciones necesarias.

De las situaciones con las que se enfrentará hay tres bastante cruciales: que la emergencia esté llena; que tenga que esperar largas horas si no llega a tiempo el médico especialista que se necesita para una cirugía, o que no le permitan internamiento si no paga miles de pesos por adelantado.

Si logra superar estas primeras experiencias, quedan otras por delante: comprar insumos o medicinas si el centro médico no dispone de ellas, costear lo que puede ser un tratamiento caro y prepararse para la decepción de saber que su aseguradora, si es que la tiene, no le cubre un buen porcentaje de esos gastos.

Son situaciones latentes, propias de un sistema que ha ido priorizando el dinero y la ganancia antes que garantizar, como manda la Constitución, la atención a la salud de todos los ciudadanos, sin ningún género de discriminación y con calidad.

Comprendemos que es alta y apremiante la carga que tanto los médicos y enfermeras como los propios centros soportan cuando hay mucha demanda de emergencias e internamientos, lo que a menudo da lugar a respuestas deshumanizantes.

Por eso es que son frecuentes los casos de personas que son despachadas a sus casas después de las cirugías, porque no hay camas disponibles.

O de pacientes que no son atendidos porque no pueden pagar altas sumas por un “depósito” de garantía, algo así como el cover para entrar a un espectáculo artístico o una discoteca.

Es una realidad que no admite ocultamientos ni explicaciones acomodaticias o manipuladas de los responsables del sistema, como ha ocurrido con el bochornoso caso de la joven Ashley Rodríguez en el hospital Darío Contreras.

Esta situación dramática, definitivamente, no puede continuar. Hay que ponerle fin a estos episodios de deshumanización en la atención a la salud, recurrentes y dolorosos, que perjudican a la mayoría.

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